«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

martes, 27 de noviembre de 2012

Desastre en Cataluña



Una vez más, el resultado de las las elecciones celebradas en la región catalana, demuestra que la verdadera victoria ha sido de la abstención. Con un 30,40% se sitúa casi a la par del partido más votado. Y lo supera si contabilizamos votos nulos y abstenciones. El Gobierno que, finalmente se forme, apenas representará a algunas fracciones del resto del 69% de los electores.

Y no seré yo quien alabe a los que se quedaron en casa. La democracia liberal tiene, a mi juicio, muchas objeciones pero, si pone en nuestras manos la capacidad de abatir y designar gobiernos metiendo un papel en una urna de cristal, y no lo hacemos, la responsabilidad es nuestra, no del sistema. Por muy corrupto que sea. Que lo es. Basta recordar que de los partidos políticos que se presentaron a las elecciones (menos numerosos que en otras convocatorias), apenas sí se ha hablado de 4 ó 5. El resto no ha existido para los medios de comunicación a pesar de que el desafío separatista y la respuesta del 12 O diera protagonismo coyuntural a algunas organizaciones minoritarias.

Ahora bien, una segunda constatación no es menos demoledora: la opinión mayoritaria en Cataluña sigue optando por candidaturas que coinciden en su visión del hombre y de la política, aunque discrepen en cuanto al nombre de las personas que han de gestionar la cosa pública. Especialmente letal resulta el apoyo al nacionalismo parasitario que vive a costa del presupuesto del Estado, y a grupos radicales de izquierda. Al igual que ocurre en el resto de España, esta sociedad está podrida y el resultado electoral es la mejor radiografía.

El moderado crecimiento del PP, (que mejora levemente sus resultados incluso en medio de la crisis brutal que padecemos), demuestra las limitaciones de este partido incapaz de recoger votos en numerosas regiones de España; y en este caso, a pesar de las candidaturas de perfil bajo promovidas por Rajoy. Por otra parte, el electorado de izquierdas ha demostrado que sigue prefiriendo el mesianismo de republicanos, socialistas y comunistas a unas alternativa “dura”, españolistas en el discurso y radical en lo social como la propuesta por Ciudadanos o UPyD. Por otro lado, apenas se puede considerar una noticia positiva la falta de respaldo al plante secesionista promovido por el nacionalismo porque, desde el nuevo Gobierno, lo más probable es que éste pueda seguir gestionando su ofensiva en espera de una mejor coyuntura.

Pero, sobre todo, estas elecciones han demostrado una vez más (¿Cuántas van desde 1976?) que en España no existe nada ni remotamente parecido a lo que pudiéramos llamar un voto de identidad católica.

Los católicos españoles siguen optando mayoritariamente por el PP (en el caso de Cataluña, CiU) y el PSOE, fieles a las consignas oficiales que se les han hecho llegar sin viraje constatable durante los últimos años: “nada de partidos católicos, solamente debe haber católicos en los partidos”. La situación se agrava en Cataluña con el apoyo sin fisuras al independentismo catalán por importantes referentes de la Iglesia oficial. Las recientes intervenciones en ese sentido del obispo Novell, no pueden ser más pintorescas.

El resultado es la existencia de gobiernos sostenidos en las urnas por presuntos católicos que implantan desde el poder el laicismo más agresivo al tiempo que los obispos se convierten en los palmeros de un sistema cuyas consecuencias luego lamentan. Cada vez que hablan es para condenar los “avances sociales” a que nos conducen irremediablemente los políticos y aparecen siempre como los malos de la película, los que no se enteran de por dónde va el mundo. Otras veces, prefieren directamente ocuparse de asuntos de tanta trascendencia como la presencia de la mula y el buey en los Nacimientos, previamente cuestionada desde el Vaticano...

A mí me parece que el mejor análisis de estas elecciones, y de todas, ya se pronunció el 29 de octubre de 1933:
«En estas elecciones votad todos lo que os parezca menos malo. Pero no saldrá de ahí nuestra España, ni está ahí nuestro marco. Eso es una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que soy candidato; pero lo soy sin fe y sin respeto. Y esto lo digo ahora, cuando ello puede hacer que se me retraigan todos los votos. No me importa nada. Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festines. Nosotros, fuera, en vigilia tensa, fervorosa y segura, ya sentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas».
¿Y qué hacemos ante este panorama? Ya lo hemos dicho otras veces: los torpes intentos de reconciliar al liberalismo con el Catolicismo ponen de relieve la licitud y necesidad de una resistencia en el terreno cultural y político fundamentada religiosamente a pesar de la oposición de algunos eclesiásticos, por muy arriba que éstos se sitúen.
En la línea que ya apuntaba Vázquez de Mella:
«Cuando no se puede gobernar desde el Estado, con el deber, se gobierna desde fuera, desde la sociedad, con el derecho ¿Y cuando no se puede, porque el poder no lo reconoce? Se apela a la fuerza de mantener el derecho y para imponerlo. ¿Y cuando no existe la fuerza? ¿Transigir y ceder? No, no, entonces se va a las catacumbas y al circo, pero no se cae de rodillas, porqué estén los ídolos en el capitolio».
 

sábado, 10 de noviembre de 2012

Católicos tradicionales: el gueto y el palacio



Ahora resulta que un Cardenal celebra la Misa en el Vaticano para un grupo de peregrinos vinculados a la Comisión Ecclesia Dei, les leen un mensaje de la Secretaría de Estado en el que se recuerda el carácter inapelable del Concilio Vaticano Segundo y de las reformas emprendidas a su sombra, y la Tradición Católica empieza a salir del gueto

El término se empleó, originalmente, para indicar los barrios en los cuales unos determinados grupos sociales eran obligados a vivir y a permanecer confinados durante la noche. En ese sentido figurado cabría aplicarlo, pues, a un catolicismo (el denominado tradicionalista) que habría adoptado –al parecer voluntariamente– un tono aislado y excluyente.

Análisis de este tipo permiten constatar, una vez más, que los observadores radicados en España se caracterizan por desconocer, en su conjunto, el combate por la Tradición sostenido desde el último Concilio por numerosas instancias del catolicismo mundial.

Dicho combate, en el que la aportación española ha sido muy digna pero escasa, se caracteriza por unas circunstancias históricas concretas que han permitido que la Liturgia Tradicional acabe obteniendo un tímido reconocimiento de su derecho a la existencia sin haber quedado convertida en puro recuerdo de Arqueología Sacra. ¿Es a eso a lo que se llama gueto?

1. Si la Tradición vive en un gueto es porque a esa situación viene reducida desde instancias oficiales que impiden a sacerdotes y fieles gozar de verdadera libertad para ejercer el derecho a celebrar y participar en la Liturgia de acuerdo con las prescripciones anteriores a la reforma litúrgica posconciliar.

Pero no parece ser este el sentido en que se habla de gueto. Probablemente el concepto y el término despectivo hay que ponerlo en relación con las dificultades canónicas que experimenta la Hermandad Sacerdotal de San Pío X y con un deseo, quizá bien intencionado pero desorientado, de marcar distancias para no incurrir en el desagrado de las instancias de las que depende la aplicación efectiva del Motu Proprio Summorum Pontificum.

Al actuar así, se pone de manifiesto un clamoroso fallo de estrategia porque se olvida que las recientes concesiones romanas son la respuesta a la resistencia protagonizada en el entorno de dicha Hermandad frente a la forma real en que se procedió a imponer la reforma litúrgica y a las consecuencias desastrosas que eso trajo para la vida de la Iglesia.

Conviene recordar que Pablo VI acudía a la propia fuerza de su autoridad para obligar al acatamiento de las novedades que se deseaba implantar: “La adopción del nuevo Ordo Missae no se deja para nada a la libre decisión de los sacerdotes o fieles […] El nuevo Ordo Missae ha sido promulgado para tomar el lugar del antiguo rito, después de una madura deliberación, para llevar a cabo las decisiones del Concilio” (24 de mayo de 1976). Y son sobradamente conocidas sus palabras a Jean Guitton al negarse a hacer cualquier tipo de concesión favorable a la Liturgia romana previa a la reforma: “¡Eso nunca! (…) Esa Misa, llamada de San Pío V, como se la ve en Écône, se está convirtiendo en el símbolo de la condena del Concilio. Ahora bien, bajo ningún pretexto permitiré que se condene al Concilio por medio de un símbolo. Si aceptáramos esa excepción, se tambalearía todo el Concilio y, por la vía de la consecuencia, la autoridad apostólica del Concilio” (Jean GUITTON, Paul VI secret, pp. 158-159).

En efecto, con anterioridad a 1988 siempre se negaron desde Roma a reconocer comunidades en las que se celebrara la Liturgia Tradicional. La propia historia de la Hermandadde San Pío X es el resultado de todas estas negativas pues, desde 1969, Roma nunca autorizó la celebración de la Misa Tradicional hasta el tristemente célebre indulto de 1984, y entonces en condiciones leoninas.

Prohibición, por cierto, contra todo derecho, por puro abuso de poder pues ahora en Summorum Pontificum el propio Benedicto XVI ha reconocido explícitamente “que no se ha abrogado nunca como forma extraordinaria” el Misal Romano promulgado por Juan XXIII en 1962.

Creo que no se ha reflexionado seriamente sobre la gravedad de la situación ahora reconocida por primera vez. Esto es, la existencia hasta 2007 de un vacío legal en una materia de importancia trascendental para la vida de la Iglesia como es la celebración de la SantaMisa. Cualquier valoración de la persona y obra de Monseñor Lefebvre no puede perder de vista que el nuevo Misal se impuso por métodos coactivos, sin regulación canónica y sin prestar ninguna atención a las voces de protesta que aquí y allá se alzaron.

El Motu Proprio Summorum Pontificum lleva a cabo por primera vez dicha regulación, casi a los cuarenta años de la implantación del nuevo Ordo Missae, aunque en unos términos difícilmente aceptables (forma ordinaria y extraordinaria de un mismo rito). Pero, una regulación que —en vista de la manera en que se han desarrollado los hechos— es razonable pensar que nunca se hubiera producido a no ser por la rectificación introducida en la atención prestada desde Roma a este asunto a partir de las ordenaciones episcopales de 1988.

No hacen falta muchas luces para reconocer que son unas circunstancias excepcionales las que explican la adopción de medidas no menos excepcionales como lo fue la “operación supervivencia” de la Tradición diseñada por Mons. Lefebvre.

2. Centrándonos, ahora sí, en ésta personalidad, no es de recibo que continuamente se estén recordando las sanciones canónicas de las que fue objeto, sin la más mínima referencia al contexto histórico en que aquéllas se produjeron. La Iglesia postconciliar se ha caracterizado por una lenidad a cuyo amparo han crecido tantas conductas deplorables y delictivas que ahora se lamentan histérica e inútilmente. Únicamente se ha aplicado “todo el peso de la ley” sobre los hombres de la Tradición y sus obras.

Y esto no solamente por la vía expeditiva de la declaración de excomunión latae sententiae, sin ninguna atención en comprobar si se había producido delito que la justificase o si eran aplicables a las ordenaciones de 1988 las razones que, en otros casos, llevan a no declarar la pena. Antes de llegar a esa situación, el arzobispo Lefebvre, los sacerdotes de la Hermandad y su obra fueron objeto de suspensiones y supresiones de las que él mismo dijo, con toda justicia como puede comprobar cualquiera que siga el iter de los acontecimientos: “fuimos condenados sin juicio, sin podernos defender, sin monición, sin escrito y sin apelación” (Carta abierta a los católicos perplejos, cap. II). Medidas similares a las tomadas con la Hermandad desde sus mismos orígenes, no se han adoptado con organizaciones seriamente cuestionadas por sus comportamientos sectarios, sus contactos con las élites político-financieras o la conducta de su fundador y responsables.

Muchos pueden deplorar las medidas extremas tomadas por Monseñor Lefebvre en lo que se denominó “Operación salvamento de la Tradición” pero no cabe silenciar que dichas soluciones se adoptaron en un proceso de crisis de la Iglesia difícilmente equiparable al de cualquier otro período de su historia.

En dicho contexto, el combate por la Misa Católica es inseparable del combate por la sana doctrina. Es la única respuesta posible ante la crisis sin precedentes que sigue sacudiendo a la Iglesia y que la ha postrado en la situación que a veces se ha deplorado desde las propias instancias oficiales: crisis en las vocaciones, en la práctica religiosa, en la doctrina, en la liturgia y los sacramentos… Basta recordar referencias sobradamente conocidas como, el humo de Satanás denunciado por Pablo VI o el estado de apostasía silenciosa que, para Juan Pablo II, caracterizaba al catolicismo en Europa.
* * *
A veces, para camuflar el fracaso de la Iglesia posconciliar se nos dice que tenemos que conformarnos con ser una minoría.

Si hoy es posible pensar en cierta libertad para la Misa de siempre, es porque durante muchos años ha habido pastores y fieles que nos han demostrado lo que significa ser no un gueto, sino una minoría inasequible al desaliento, anclada firmemente en la verdad, capaz de llamar a las cosas por su nombre, de no admitir lo que no es lícito, de juzgar las cosas por lo que son realmente y no por lo que parecen o por lo que dicen los demás, por mucha autoridad de que parezcan revestidos.
Por el contrario, a los tradicionalistas de salón que abandonan el gueto y son admitidos en el palacio no les espera otro papel que a aquellos cortesanos que no se atrevían a decirle al Rey que iba desnudo. Por eso les dejan salir del gueto, porque al negarse a ser minoritarios, se han convertido en irrelevantes.

Que son dos cosas muy distintas.




viernes, 2 de noviembre de 2012

Tres razones para no ir a Roma


Del 1 al 3 de noviembre tiene lugar en Roma una gran peregrinación internacional de católicos vinculados a la forma extraordinaria del rito romano. Somos conscientes, por propia experiencia, de que actos de esta naturaleza tienen una enorme repercusión y que de ellos se servirá la Providencia para extender el conocimiento y la devoción por la Misa tradicional. Personalmente agradezco a Dios haber asistido por primera vez a dicha Liturgia en una peregrinación a Roma que tuvo lugar en octubre de 1998, con motivo del décimo aniversario de la creación de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei.

A los organizadores y peregrinos de esta ocasión les deseo lo mejor, un verdadero éxito en el número y en los frutos espirituales. Sin embargo, no veo oportuna una celebración que se presenta como una acción de gracias a Benedicto XVI por el Motu Proprio Summorum Pontificum. Y ello por tres razones:

1.- Porque la Liturgia tradicional constituye, en forma evidente, el sostén de muchas familias, de obras católicas, de escuelas, de vocaciones religiosas y sacerdotales… Sin embargo, no encontramos un reconocimiento práctico de esta realidad y, en particular en España, sufrimos diariamente las interferencias que obispos y clérigos oponen a esta celebración.

Recluidos en lugares inverosímiles, sometidos a traslados y a cambios de horario, limitados en el número de sus celebraciones, silenciados en lo que a proyección pública se refiere… ni sacerdotes ni fieles gozamos de verdadera libertad para ejercer el derecho a celebrar y participar en la Liturgia de acuerdo con las normas del citado Motu Proprio.

La propia peregrinación que estamos comentando ha sido objeto de un trato desde las instancias oficiales romanas que podemos calificar de displicente: la iniciativa se ha anunciado con retraso, el horario definitivo ha fijado una Misa en la Basílica de San Pedro: ¡a las tres de la tarde! Y ni siquiera está determinado el lugar concreto de la celebración que dependerá de la cantidad de participantes… Parca es también la respuesta del destinatario del homenaje: ¿va a dirigir su palabra a los asistentes o se limitarán éstos a aplaudirle mantenidos a larga distancia?

2.- Porque la solución arbitrada en el Motu Proprio Summorum Pontificum y explicitada en la posterior Instrucción Universae Ecclesiae lejos de dar una respuesta satisfactoria a la problemática planteada por el Novus Ordo Missae surgido de la reforma litúrgica posconciliar (la llamada Misa de Pablo VI) se limita a obliterar el conflicto real que existe entre las dos formas rituales.

Más allá del valor jurídico del documento, resulta difícilmente verificable a la luz de la realidad de las cosas que ambas «son, de hecho, dos usos del único rito romano» (SP, art. 1) y no menos problemática resulta la distinción, introducida ahora por primera vez, entre forma ordinaria y extraordinaria de dicho rito. En realidad, el contraste entre el resultado de la reforma litúrgica y las formas previas es tan acusado que los Cardenales Ottaviani y Bacci llegaron a la conclusión de que «el nuevo “Ordo Missae” —si se consideran los elementos nuevos susceptibles de apreciaciones muy diversas, que aparecen en él sobreentendidas o implícitas— se aleja de modo impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de la teología católica de la Santa Misa tal como fue formulada por la 20ª sesión del Concilio de Trento que, al fijar definitivamente los cánones del rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera atentar a la integridad del Misterio» (Carta a Pablo VI de los cardenales Ottaviani —prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe— y Bacci que sirve de presentación al Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae, 1969).

Si antes decíamos que no se observa una correspondencia entre la respuesta de Roma y la verdadera entidad del movimiento litúrgico tradicional, cabe ahora constatar la ausencia de medidas efectivas que conduzcan a superar el verdadero colapso en que se encuentra la Liturgia Católica.

Aunque a veces se ha hablado de documentos en gestación y se han desatado rumores, dudas, inquietudes, comentarios… los resultados obtenidos hasta ahora no pueden ser más magros. Por poner solamente un ejemplo, desde Roma todavía no se ha conseguido que la totalidad de las conferencias episcopales rectifiquen la mala traducción de las palabras de la Consagración de la Misa (“pro multis”). Y eso en un asunto que toca al corazón de la Liturgia. No se alegue, como argumento en contra de lo que decimos, los cambios escénicos introducidos en los actos programados por la Curia Romana y por sus imitadores puesto que no van acompañados de medidas efectivas y consecuencias prácticas.

Más preocupantes aún son los reiterados anuncios acerca del «mutuo enriquecimiento entre las dos formas del Rito romano» que hacen pensar en una consolidación de la reforma posconciliar, por la vía de una síntesis dialéctica equidistante del rito romano tradicional y de los que hoy son reconocidos como excesos. Dicho equilibrio nos devolvería a un Misal de Pablo VI químicamente puro, neutralizando al mismo tiempo tanto los abusos como la portentosa resistencia que ha permitido conservar en vigor el Misal Romano Tradicional.

3.- Por último, celebraciones como la peregrinación que nos ocupa, con asistencia de destacados representantes del establishment eclesiástico, caracterizados defensores de las más radicales posiciones conciliares, tienden a difuminar realidades tan inseparables como lo son la Liturgia tradicional y la necesaria fidelidad al patrimonio teológico y disciplinar de la Iglesia.

En efecto, la ley de la oración es la ley de la fe, la Iglesia cree como ora. Pero el adagio no funciona a la inversa y no basta con celebrar una Liturgia ortodoxa para conservar o recuperar la fe. Ahora bien, resulta difícil contradecir que detrás de la reforma litúrgica fruto de lo que se ha denominado el movimiento litúrgico desviado— existen nuevas doctrinas teológicas que han dado origen a una nueva liturgia sustancialmente diferente de la Liturgia romana tradicional. Un detallado estudio publicado en 2001 llegaba a las siguientes conclusiones:
«El análisis del Novus Ordo Missae y de la Institutio generalis Missalis romani nos obligará a comprobar que la estructura del rito ya no se funda en el sacrificio sino en el banquete conmemorativo. Descubriremos igualmente que el rito ha puesto en primer plano la presencia de Cristo en su Palabra y en su pueblo, relegando a un segundo plano la presencia de Cristo como sacerdote y como víctima. Por una consecuencia inevitable, la dimensión eucarística se pondrá por delante de la finalidad satisfactoria. La conclusión de esta triple verificación se impondrá entonces: para designar las diferencias entre el misal tradicional y el nuevo, el término ruptura litúrgica es más apropiado que el de reforma litúrgica» (Fraternidad Sacerdotal San Pío X, El problema de la reforma litúrgica. La Misa de Vaticano II y de Pablo VI, Argentina, 2001, p.15-16).
Con más sencillez pero no menor acierto coincide en esta apreciación el conocido analista Vittorio Messori:
«Estoy contento [con la instrucción Universae Ecclesiae], ciertamente. Aunque también aquí habría algo que decir. La primera: de la nueva instrucción, que he leído atentamente, surge que el antiguo rito preconciliar y el nuevo surgido de la reforma postconciliar deben ser considerados con igual dignidad y puestos en el mismo plano. Pero si el rito antiguo era bello y bueno, como ahora se reconoce, ¿por qué ha sido sustituido? ¿Por qué, mejor dicho, ha sido trastornado? Si sólo se quería cambiar la lengua, ¿por qué no ha sido traducido del latín con algunos retoques, aquí y allí, como ha ocurrido otras veces en la historia dela Iglesia? Por otro lado, pienso que esta comprensión del Papa Ratzinger, esta mano tendida, este intento de reconciliación no disuadirá a los herederos de Lefebvre. De hecho, estoy convencido que el verdadero problema no es para ellos la liturgia,la Misa en latín. Hay dos perspectivas diversas dela Iglesia, dos lecturas diversas del Evangelio”.
Se toca aquí el fondo de una cuestión que no cabe resolver con respuestas autoritativas sin ningún tipo de argumentación racional ni teológica (al estilo de las proporcionadas en Summorum Pontificum). Porque a lo que se aspira es a que se nos devuelva un tesoro de fe y piedad que nos fue inicuamente arrebatado por aquellos arbitristas que implementaron una ruptura litúrgica radicalizando más aún los principios contenidos en la Constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II, al amparo de sus contradicciones y ambigüedades.

Y mientras no se den pasos decisivos en esa dirección, no veo ninguna razón para estar en Roma del 1 al 3 de noviembre.