«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

viernes, 15 de febrero de 2013

Editorial de TD: Ante la renuncia de Benedicto XVI


En Tradición Digital hemos acogido la renuncia al Sumo Pontificado de Benedicto XVI con un respeto que queremos sea coherente con la línea editorial que venimos marcando desde nuestros orígenes.

Nos abstenemos de juzgar las razones que han llevado al Papa a tomar esa decisión, pero no podemos permanecer al margen de la realidad ni negar su trascendencia. Por eso no compartimos las reacciones a medio camino entre el entusiasmo y el sentimentalismo. Y nos causa estupor la unánime aceptación elogiosa que el hecho ha provocado entre los enemigos de la Iglesia.

Otra cosa es el balance que ya podemos empezar a hacer de un papado que se inició con prometedoras perspectivas pero que ha quedado frustrado sin apenas decisiones positivas. Medidas ambiguas como el motu proprio Summorum Pontificum no compensan ni logran disipar las dudas que provocan la gestión de asuntos como las finanzas vaticanas, los escándalos del fundador de los Legionarios de Cristo y las filtraciones de documentos de la Curia romana. Ni siquiera el elevado nivel intelectual, unánimemente reconocido, del propio Ratzinger ha evitado malentendidos de tan pésimo efecto como el rectificado discurso de Ratisbona o la justificación del uso del preservativo. Por no hablar de la ausencia de cualquier medida efectiva en la dirección de la pregonada reforma de la reforma.

Especialmente triste para nosotros ha sido el absoluto silencio por parte de la Sede romana con ocasión de la ratificación por parte del Jefe del Estado de medidas legislativas como la ampliación de la despenalización del aborto. Dicho comportamiento incluso ha contado con el respaldo de los obispos españoles por boca del Secretario Portavoz de la Conferencia Episcopal. Tampoco hemos asistido a una renovación efectiva de un episcopado anclado en las peores prácticas posconciliares ni a una desautorización de las veleidades separatistas de buena parte de los obispos y el clero en determinadas regiones españolas.

En Tradición Digital nunca hemos pensado que Benedicto XVI estuviera dispuesto a un cambio de rumbo hacia lo tradicional. Los gestos aparentemente tomados en esa dirección, cabe interpretarlos desde diversas categorías pero todas ellas adquieren su verdadera dimensión a la luz de la nota manuscrita del Papa, entregada a Mons. Fellay en 2012 al poner fin a las conversaciones teológicas mantenidas entre representantes de la Hermandad San Pío X y la Congregación para la doctrina de la Fe. Allí se imponía la aceptación del Vaticano II y del magisterio posconciliar como única opción posible para integrar la obra de la Tradición en las instancias oficiales de la Iglesia.
No ignoramos que Joseph Ratzinger, entonces asesor teológico del cardenal Josef Frings, fue parte activa en la desviación del Concilio Vaticano II desde los planteamientos que habían sido delineados por la Curia Romana hacia las opciones fraguadas a orillas del Rhin por la Nueva Teología.

Por obra de hombres como Ratzinger, el Concilio dio paso a una auténtica revolución en la que fueron cuestionadas las verdades de fe, la práctica de la moral y la celebración litúrgica hasta extremos que han convertido a la Iglesia Católica en difícilmente reconocible para cualquiera que compare su situación actual con la anterior al evento conciliar.

No deja de ser sintomático que el cincuenta aniversario del Concilio Vaticano II haya coincidido con una renuncia papal en unas circunstancias que no cuentan con ningún verdadero precedente en dos mil años de cristianismo. En el horizonte quedan las ruinas del proyecto de Ratzinger, incapaz de imponer una síntesis equidistante de la Tradición Católica y de los excesos revolucionarios. Y desoído por el mundo en su intento de reconciliar a la Iglesia con la modernidad, cerrando en falso la ruptura introducida por la Ilustración y el Liberalismo.

La renuncia de Benedicto XVI no levanta en nosotros oleadas de admiración, ni podemos calificarla de testimonio valiente. Nos produce una inmensa tristeza y nos tememos que dará paso a tiempos, si cabe, todavía más duros.

Aguardamos el próximo Cónclave con preocupación y con escasas esperanzas humanas porque sabemos que el mundo y la Iglesia mundanizada han visto con alegría el paso atrás de Ratzinger. Y apenas nos queda otra opción que pedir al Altísimo un milagro: el milagro de un Papa católico y valiente, que al proponerse restaurar todas las cosas en Cristo, apresure el retorno glorioso del Señor al precio del martirio de los suyos.