«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

sábado, 30 de marzo de 2013

Sermón de la Soledad

 
Una de las principales características de la Pasión de Nuestro Señor es la soledad: el abandono, prácticamente total, por parte de los hombres; y el desamparo, aparente pero sensible, de su Padre. Basta contemplar las tres horas de agonía en Getsemaní y las palabras de Jesús sobre la Cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.

Esta afirmación vale también para la Santísima Virgen María y para el Cuerpo Místico de Cristo, la Santa Iglesia. Para cumplir con el plan divino trazado para Ella, María Inmaculada debía pasar por la soledad, el abandono y el desamparo… Para que los designios de Dios sobre la Iglesia se ejecuten, ella debe sufrir su pasión, padecer soledad y abandono.

He aquí el tema de nuestra meditación de esta noche: la Soledad de María y de la Iglesia…

1.- Tras la sepultura de Jesús, apenas hubo entrado en su morada, la afligida Madre volvió los ojos a todas partes y ya no se encontró con Jesús; y, en lugar de la presencia del querido Hijo, se le presentaron a la memoria todos los recuerdos de su hermosa vida y de su despiadada muerte… La Madre Dolorosa ocupó la soledad de su alma con una oración más intensa, repasando en su Corazón todo lo que allí conservaba…

Ahora se le representó nuevamente la escena desarrollada aquel día, los clavos, las espinas, las carnes azotadas del Hijo, las profundas llagas… ¡Qué noche tan dolorosa fue aquélla para María! ¡Qué horas aquellas antes de la resurrección! Es la soledad tremenda que deja la muerte del ser querido. Así la describía Lope de Vega (Con la mayor soledad):

Sin Esposo, porque estaba
José de la muerte preso;
sin Padre, porque se esconde;
sin Hijo, porque está muerto;
sin luz, porque llora el sol;
sin voz, porque muere el Verbo;
sin alma, ausente la suya;
sin cuerpo, enterrado el cuerpo;
sin tierra, que todo es sangre;
sin aire, que todo es fuego;
sin fuego, que todo es agua.

2.- Para cumplir con el plan divino trazado para Ella, María Inmaculada debía pasar por la soledad, el abandono y el desamparo… Para que los designios de Dios sobre la Iglesia se ejecuten, ella también debe sufrir su pasión, padecer soledad y abandono.

Y como la Madre Santísima, la Iglesia soporta sola las angustias de su pasión.

La piedad y religiosidad con la que una buena parte de España celebra todavía la Semana Santa, contrasta con las agresiones que la Fe católica viene sufriendo en nuestra Patria. En especial desde que tuvo lugar la implantación de un modelo político carente de cualquier referencia moral que, en la práctica ha degenerado en verdadero laicismo. La situación se ha deteriorado aún más por la cómoda instalación de las instancias oficiales de la Iglesia que apenas pasan de la denuncia formal y verbal de algunos excesos.

Evocamos hechos como la falta absoluta de voluntad efectiva y consecuente por para rectificar la demolición promovida desde la legislación. O episodios de trágica reiteración como las blasfemias en público, las profanaciones y los reiterados ataques a la religión católica desde medios de comunicación e instancias político-culturales.

Mientras la Madre agoniza, la mayoría de sus hijos asisten indiferentes a su dolor; si algunos entre ellos lo comprenden, se mantienen en actitud impasible y neutral… Y si les hablan de la traición que sufre hoy la Iglesia, si se oyen invitados a consolar y defender a la Madre de todos, les es más cómodo cerrar los ojos, tapar los oídos, no creer en la autenticidad de esos relatos trágicos y continúan siempre neutros e indiferentes, como aquellos del pueblo el Viernes Santo, sin odio a Jesús, pero sin interés por su suerte, riendo y divirtiéndose mientras que el Maestro padecía.

3.- Pero ni la fe, ni la esperanza, ni la confianza, ni la caridad de María Santísima se rindieron ante esa prueba a la cual la sometió la divina voluntad. Aprendamos de María Dolorosa a llenar el vacío de la soledad que nos invade cuando las criaturas, los acontecimientos, los hombres… e incluso Dios nos abandonan… Uno de los mejores libros que describe el drama de la Iglesia y de la humanidad en el siglo XX lleva por título, precisamente, El silencio de Dios (Rafael Gambra).

Aprendamos a ocupar ese vacío con lo único que puede colmarlo: la fe, la esperanza y la caridad.

Nuestra Señora en Fátima no dudará en mostrar a los tres pastorcitos el infierno; visión tremenda, que suscitó en sus corazones, especialmente en el de Jacinta, un inmenso celo por la conversión de los pecadores y una profunda y constante devoción al Inmaculado Corazón de María.

Este terrible hecho de actualidad no figura en los diarios; sin embargo, ¡es muchísimo más terrible que un tsunami o un terremoto! Alrededor de 200 000 personas mueren cada día en el mundo. Pregunto: En este mundo que no es cristiano, donde todos se mofan de las leyes morales más elementales, donde la mayoría de los sermones están vacíos de la Cruz salvadora de Nuestro Señor, calla la realidad del infierno y predica una mera filantropía universal, ¿cuántas de estas almas se salvarán?

Entonces, sigamos con una imperturbable perseverancia el pedido de Nuestra Señora de Fátima, seis veces repetido: Rezad el rosario todos los días. Por la conversión de los pecadores, para que se conviertan y puedan entrar en el Cielo, y también por nuestra propia fidelidad. ¿Soplan los vientos malos del orgullo, de la ambición? Dios te salve, María... ¿De la pereza, de la impureza? Dios te salve, María... ¿Del desánimo, de la vanidad? Dios te salve, María... ¿De la envidia, de la ira, de la desobediencia? Dios te salve, María... Cuando el mar de este mundo, con sus olas peligrosas, amenaza nuestra alma, miremos a la Estrella, a la Virgen, y digámosle, con absoluta confianza: Ave María. Pues Nuestra Señora es “toda la razón de nuestra esperanza” (San Bernardo), especialmente de nuestra salvación.

El rosario es como una cuerda que Nuestra Señora nos lanza y que sus manos sujetan firmemente desde el Cielo. Y no solamente tenemos la cuerda salvadora de nuestro rosario, sino también tenemos un refugio seguro, una fortaleza inexpugnable, donde el enemigo no puede entrar: es el Inmaculado Corazón de María. Que nuestros corazones, tantas veces débiles, mezquinos e inconstantes encuentren en él su seguridad, su mansión.

Ave María purísima
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Fuentes citadas literalmente para la elaboración de este Sermón:

La Soledad de María... y de la Iglesia
13 de Mayo de 2012: 95º aniversario de Fátima