«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

viernes, 21 de junio de 2013

“La vida sigue igual…” Y los pseudo-tradis encantados

"Un bello cuerpo de mujer que acaba en cola de pescado"
Diversos medios conservadores han reproducido en los términos más elogiosos posibles las noticias relacionadas con el respaldo que Francisco I habría dado al motu proprio Summorum Pontificum en respuesta a las peticiones de un grupo de obispos italianos para suprimirlo o, al menos, limitarlo drásticamente. Ningún pronunciamiento oficial al respecto, pero han bastado los comentarios de los obispos aludidos, para que las campanas se alcen al vuelo festejando la sintonía de Francisco I con su predecesor hasta el punto de que ya están preparando las maletas para una segunda peregrinación en acción de gracias a Roma.

Que en esta, y en otras cuestiones, la continuidad de Francisco I en relación con Benedicto XVI está asegurada es algo que se impone con toda evidencia. De hecho, frente a visiones superficiales, basta echar mano de las hemerotecas para confirmar que el perfil doctrinal, del entonces Cardenal Bergoglio en muchos aspectos, es muy semejante al de Joseph Ratzinger. Así se afirmaba, por ejemplo, en un artículo de Giorgio Bernardelli publicado en Vatican Insider en febrero de 2013, es decir antes de que Bergoglio se convirtiera en “Francisco I”. No es necesario, pues recurrir, a las fantasías y a las conspiranoias para detectar que, por debajo de las enormes diferencias de origen, carácter y formación entre Ratzinger y Bergoglio, late una profunda continuidad en la “operación sucesión” llevada a cabo entre febrero y marzo de 2013.

Dicha continuidad, en lo que se refiere al aspecto que nos ocupa, pasaría por la consolidación de la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II anulando la “peligrosidad teológica” de la Misa tradicional. Más que de una rectificación, lo que se trata es de consolidar la reforma posconciliar, llegando a una síntesis dialéctica equidistante del rito romano tradicional y de los que hoy son reconocidos como excesos. Dicho equilibrio nos devolvería a un Misal de Pablo VI químicamente puro, neutralizando al mismo tiempo tanto los abusos como la portentosa resistencia que ha permitido conservar en vigor el Misal Romano Tradicional.

Hoy ya se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que el Pontificado de Benedicto XVI ha transcurrido sin que se haya implementado ninguna medida eficaz que vaya más allá de la proliferación de crucifijos, candeleros, antipendios, carpetas de corporales... a la hora de promover lo que algunos vinieron a llamar “reforma de la reforma”. Aunque a veces se ha hablado de documentos en gestación y se han desatado rumores, dudas, inquietudes, comentarios… los resultados obtenidos hasta ahora no pueden ser más magros.

Basta, por poner un ejemplo, con recordar como desde Roma no se ha conseguido que la totalidad de las conferencias episcopales (entre ellas la española) rectifiquen la mala traducción de las palabras de la Consagración de la Misa (“pro multis” - “ por muchos). Y podemos también recordar cómo ha eludido el nuevo obispo de Roma las polémicas acerca de si el Papa daba la comunión en la boca, en la mano o de rodillas. A partir de ahora Francisco I no distribuirá la Comunión… para evitar sacrilegios: risum teneatis amici?

Viendo los resultados obtenidos, de la “reforma de la reforma”, si es que alguna vez empezó bien, cabría decir, como de la sirena, Desinit in piscem… A no ser que su único y verdadero objetivo fuera neutralizar la gran obra de la Tradición.