«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

sábado, 21 de septiembre de 2013

En "Infovaticana" apostillan a Iceta (sin tener intención de hacerlo)

"Apostilla"; Acotación que comenta, interpreta o completa un texto (Diccionario RAE)

La propia página que publicó la entrevista concedida por el Obispo de Bilbao en la que equiparaba el aborto con el martirio cristiano, ha publicado una nota en la que se recuerda la doctrina católica sobre el Bautismo.
En relación con el tema imprudentemente abordado por D.Mario Iceta, encontramos ahora esta respuesta:
¿Y los niños muertos sin bautismo?
En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la liturgia de la Iglesia nos invita a confiarlos a la misericordia de Dios.
Como vemos, los términos son mucho más comedidos, aunque tampoco resuelve la cuestión y es confuso al definir, en el párrafo anterior, el bautismo de deseo. Recordamos a nuestros lectores que la falta del Bautismo puede suplirse con el martirio, que se llama Bautismo de sangre, o con un acto de perfecto amor de Dios o de contrición que vaya junto con el deseo al menos implícito del Bautismo, y éste se llama Bautismo de deseo. Evidentemente, dicho deseo ha de formularlo el mismo sujeto y no basta con que su madre tenga la intención de bautizarlo. "A los catecúmenos que mueren antes de su Bautismo, el deseo explícito de recibir el bautismo unido al arrepentimiento de sus pecados y a la caridad, les asegura la salvación que no han podido recibir por el sacramento" (CATIC, 1259).

En todo caso, agradecemos a Infovaticana, la rectificación.

VER TAMBIÉN: Infovaticana se apostilla a sí misma

viernes, 13 de septiembre de 2013

Mons. Iceta y la irrelevancia del Bautismo

 
La gran tentación de nuestra época radica en confundir los dos Universos, esperando en las obras del tiempo, el cumplimiento de las promesas de la Eternidad (Gustav Thibon)
En una entrevista reproducida bajo un llamativo y deliberadamente provocador titular (“Los niños abortados reciben el Bautismo de sangre”), un representante de Infovaticana ha planteado a D.Mario Iceta, la siguiente pregunta: “¿Dónde van los niños cuando son abortados?”. La respuesta del Obispo de Bilbao ha sido transcrita en los siguientes términos:
Estos niños, injustamente sacrificados, reciben un Bautismo de sangre y, acogidos por el Señor, gozan para siempre de su visión y compañía en el cielo junto con María, los ángeles y todos los santos. Desde allí interceden por nosotros y de modo particular por sus familiares, a quienes no se les ha permitido conocer en esta tierra.
Si se confrontan estas palabras con la enseñanza de la Iglesia, las afirmaciones de Mons. Iceta plantean, al menos, dos gravísimas dificultades. Una conceptualización defectuosa del Bautismo de sangre y la relativización de la necesidad del Bautismo para la salvación y, como consecuencia directa, de la absoluta gratuidad del orden sobrenatural.
Además, lejos de mantenerse en los términos prudentes en que inicia su  pronunciamiento sobre la cuestión el Catecismo de la Iglesia Católica (“En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos […], nº 1261), D. Mario Iceta atribuye automáticamente la condición de salvados y de intercesores a las almas de los abortados. Osada opinión que, estimamos, olvida una gravísima responsabilidad moral que es necesario recordar a los promotores del aborto provocado. Y es, que se trata de un homicidio directo cualificado, o sea, “un verdadero asesinato con vergonzosas agravantes tanto de tipo natural (abuso de fuerza e inmensa cobardía por tratarse de un ser indefenso) como de tipo sobrenatural: el pobre niño bárbaramente descuartizado, muere sin Bautismo y se le priva de la vida eterna” (Antonio ROYO MARÍN, Teología Moral para seglares, vol. I, Madrid: BAC, 1964, p. 432). Recordemos, al respecto, las afirmaciones de Pío XII en su alocución a los miembros del Congreso Unión Católica Italiana de Obstétricas (29-octubre-1951):
Si lo que hasta ahora hemos dicho toca a la protección y al cuidado de la vida natural, con mucha mayor razón debe valer para la vida sobrenatural que el recién nacido recibe con el bautismo. En la presente economía no hay otro medio para comunicar esta vida al niño, que no tiene todavía uso de razón. Y, sin embargo, el estado de gracia en el momento de la muerte es absolutamente necesario para la salvación: sin él no es posible llegar a la felicidad sobrenatural y a la visión beatifica de Dios. Un acto de amor puede bastar al adulto para conseguir la gracia santificante y suplir el defecto del bautismo; al que todavía no ha nacido o al niño recién nacido este camino no le está abierto.
Con independencia de la cuestión de la salvación de los niños muertos sin bautizar, que es un problema teológico complejo aunque no irresoluble, las palabras de Mons. Iceta simplifican con unas afirmaciones carentes de cualquier fundamento el problema de la vida sobrenatural de la que se priva a los abortados. Es decir, de la filiación divina que se alcanza por el Bautismo, de la gracia que se recibe por los Sacramentos, de los méritos sobrenaturales que ese niño podría haber ganado y de los que se le priva hasta de la capacidad de obtenerlos, de la gloria que podría haber dado a Dios... Todo esto es de una gravedad enorme porque el bien de la gracia de uno es mayor que el bien natural de todo el universo (STh I-II, 113, 9 ad 2).

El Bautismo de sangre
Como es bien sabido, el Bautismo es absolutamente necesario para salvarse, habiendo dicho expresamente el Señor: “El que no renaciere en el agua y en el Espíritu Santo no podrá entrar en el reino de los cielos” (Jn 3, 5) La falta del Bautismo puede suplirse con el martirio, que se llama Bautismo de sangre, o con un acto de perfecto amor de Dios o de contrición que vaya junto con el deseo al menos implícito del Bautismo, y éste se llama Bautismo de deseo.

El Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1258) precisa en términos estrictos que “Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento. Como el Catecismo no suele precisar la calificación de las doctrinas señalamos aquí que la enseñanza de que el Bautismo de agua puede suplirse con el deseo del Bautismo es una verdad próxima a las verdades de fe y que puede suplirse también con el martirio es teológicamente cierta (para todo lo dicho a partir de ahora sobre el Bautismo de deseo y la necesidad del Bautismo para la salvación, cfr. José Antonio de ALDAMA, “De Sacramentis initiationis christianae seu de sacramentis baptismi et confirmationis”, in: Sacrae Theologiae Summa, vol. IV, Madrid: BAC, 1956, pp. 147-170).

El Bautismo de sangre “es el martirio de una persona que no ha recibido el bautismo, es decir, el soportar pacientemente la muerte violenta, o los malos tratos que por su naturaleza acarrean la muerte, por haber confesado la fe cristiana o practicado la virtud cristiana” (Ludwig OTT, Manual de Teología Dogmática, Barcelona: Herder, 1997, p. 530). No es necesario insistir en que dicho Bautismo de sangre o martirio debe ser infligido en señal de odio contra la fe o para ejercitar una virtud cristiana, por ejemplo, para guardar la pureza, como Santa María Goretti, o a fin de defender los derechos de la Iglesia, el secreto de la confesión, etc. El martirio suple todos los efectos del Bautismo en cuanto a la acción de conferir la gracia y a la remisión plena de los pecados; no, en cambio, en cuanto al carácter y por lo que concierne a otros efectos, a saber, en cuanto al ingreso en la Iglesia militante y al derecho a la recepción de los demás sacramentos.

El Bautismo de agua, el de deseo y el de sangre tienen ciertamente una cosa en común: el perdón de los pecados, la acción de conferir la gracia santificante y la adopción de los hijos de Dios juntamente con el derecho a la vida eterna. Pero esto mismo no lo alcanzan del mismo modo y en el mismo grado. Por ello los Padres ensalzan la excelencia del martirio y le atribuyen un puesto relevante por encima de las otras clases de Bautismo. Así, por ejemplo, San Cipriano: “En el Bautismo de agua se recibe el perdón de los pecados; en el Bautismo de sangre, la corona de las virtudes. Debemos abrazarnos a este Bautismo de sangre y anhelarle y pedírselo al Señor en nuestras oraciones con toda clase de súplicas, a fin de que, los que hemos sido siervos de Dios, seamos también amigos” (ad Fortunatum, nº 4). Absurdo sería aplicar tales conceptos al aborto ahora identificado por el Obispo de Bilbao con el martirio y que habría que pedir como una gracia capaz de obtener la vida eterna y sobrenatural.

Aceptada la caracterización del martirio en los términos que lo hace Próspero Lambertini (futuro Benedicto XIV), en su Opus de Servorum Dei Beatificatione como “el sufrimiento o aceptación voluntaria de la muerte por causa de la fe en Cristo o de otro acto virtuoso relacionado con Dios”, resulta imposible reconocer tales elementos en el crimen del aborto y menos aún cabe pensar que en todo el que lo comete, ni siquiera en el caso de los sistemas políticos que lo estiman un derecho, exista el odium fidei, requisito necesario para todo martirio. Y es que, a diferencia de la doctrina que hemos sintetizado, para Mons.Iceta el aborto adquiriría la condición de Bautismo de sangre no por razón de la fe sino por la injusticia del acto cometido. Afirmación que, llevada a sus últimas consecuencias, solo puede encontrar justificación en la ruptura de los límites entre naturaleza y gracia, una de las tesis más queridas y de consecuencias más nefastas de la nouvelle théologie.

La gratuidad del orden sobrenatural y la necesidad del Bautismo
En su comentario de 1968 al texto de Gaudium et spes, 22 (1968) en el que se afirma que Cristo “ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado”, Joseph Ratzinger hizo una interesante precisión. Al hablar de una similitudo que solamente está deformada, se prescinde de la clásica distinción entre imagen natural y sobrenatural de Dios en el hombre o –en términos de San Ireneo– entre imago (deteriorada por el pecado original) y similitudo (perdida). Se difumina así la existencia de una unión propia de la gracia que nos hace partícipes de la naturaleza divina que no todos los hombres reciben pues no todos son incorporados de hecho al orden sobrenatural. Una vez más, al dejar de lado el lenguaje escolástico se abría paso a la inexactitud en la formulación de un dogma fundamental de la Iglesia, base de toda la doctrina católica sobre la Redención.

Al decir que “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”, la dificultad radica en que la fórmula usada por el Concilio es tan poco explícita y se prescinde del inciso con tanta facilidad, que se acaba equiparando ambas uniones: la genérica (por el mero hecho de la Encarnación) y la real (por la gracia). Por eso, en la práctica se acaba concluyendo en la idea de una “Redención Universal” concebida en términos que extiende la relación de la gracia tal como existe entre Cristo y su Iglesia, a todo hombre y, con ello, a toda la humanidad. Por el contrario, según la doctrina católica la aplicación de los frutos de la redención a cada hombre en la obra de la justificación está ligada a la fe y al Bautismo. Estas realidades se convierten en superfluas a la luz de la nueva teología y por eso carece de sentido la necesidad de la salvación a través del Bautismo, de la fe y de la Iglesia. Y a partir de ahí todas las fantasías son posibles.

Por eso, es necesario recordar que los adultos pueden suplir el Bautismo con el acto de caridad o deseo del Bautismo, y con el martirio. En cambio, los niños que no son capaces de formular un voto o deseo, no tienen otro medio que no sea el Bautismo de agua o el martirio. Esta última afirmación se entiende no cuando hablamos de algún caso particular (Dios puede, si quiere, otorgar la salvación eterna sin los Sacramentos), sino como ley general.

Haciendo frente a teorías peregrinas y a objeciones fácilmente refutables, podemos sintetizar la cuestión -siguiendo al citado padre Aldama- en unos términos que ayudan mucho a resolver la cuestión y muestran cómo debemos pensar, si queremos tener el criterio de la Iglesia.

1. Prácticamente no es de ninguna utilidad el distinguir entre niños muertos dentro del seno materno y fuera de él, puesto que no hay en ellos ningún remedio personal para la salvación; y ya que el Magisterio de la Iglesia nunca ha usado tal distinción.

2. El pecado original es contraído por todos, incluidos los niños.

3. Con la muerte se acaba la ocasión de merecer; y no puede concebirse un momento entre la vida y la muerte en el cual se posea una iluminación especial.

4. Nadie tiene derecho a la gracia. Más aún, el don de la perseverancia es totalmente gratuito así como la predestinación misma. Este don Dios se lo concede a quienes quiere y como quiere.

En conclusión, Dios con su voluntad libérrima puede, del modo que Él quiera, subvenir a los niños para que no perezcan. Sin embargo, de estos casos no consta y las opiniones acerca de la situación eterna de los niños que mueren sin haber recibido el Bautismo, carecen en verdad de fundamento sólido. Por todo ello, debemos atenernos a las muy serias palabras de San Agustín, insigne Doctor en el tema del pecado original:
No creas, ni digas, ni enseñes que los niños, que han muerto inesperadamente antes de ser bautizados, pueden alcanzar el perdón del pecado original

sábado, 7 de septiembre de 2013

Guadalupe: extremeña, toledana y universal


Imagen: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/e5/Diocesisdetoledo.PNG

 
Con motivo del Día de Extremadura (8-septiembre) vuelven a escucharse cansinas voces recurrentes que mezclando el sentimentalismo, la ignorancia y confusos intereses reclaman que "Guadalupe sea extremeña".

En su afán manipulador olvidan algo que cualquiera puede comprobar en un mapa. Guadalupe no es un aerolito caído del cielo: el Santuario de la Patrona de Extremadura está enclavado en un amplio territorio que, históricamente, ha pertenecido a la Archidiócesis de Toledo. Son numerosas las Parroquias de las provincias de Cáceres y Badajoz que, afortunadamente para ellas, están enclavadas en dicho territorio, pero nadie habla de ellas ni reclama su extremeñidad, probablemente porque "no tienen petróleo". Como nadie cuestiona que la diócesis (presuntamente) extremeña de Plasencia se extienda por las provincias de Salamanca, Cáceres y Badajoz.

Pienso que deberían ser criterios pastorales los que decidan las modificaciones que sean necesarias en los límites diocesanos, pero, sobre todo, deberíamos aprender en la Iglesia a escuchar a los propios interesados: los sacerdotes y fieles que saben que no hay ninguna contradicción entre pertenecer (administrativamente) a la región extremeña y (eclesiásticamente) a la Archidiócesis primada.

Pero sobre todo no deberían encontrar ningún eco quienes pretenden ahogar con mezquinos lazos aldeanos y localistas, una devoción como la de Nuestra Señora de Guadalupe a la que nuestros antepasados dieron gloriosa proyección universal.

Historicus

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Aborto y “posición histórica” del PP: no es católica


El Ministro de Justicia ha hecho saber que el Consejo de Ministros recibirá "antes de que termine el mes de octubre" el proyecto de reforma de la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo  y ha puesto en relación los criteros de dicha modificación con el "discurso histórico" del Partido Popular sobre la regulación del asesinato de niños en el vientre materno. Al parecer, se trata de volver a la situación diseñada en la ley aprobada por el Gobierno socialista de González en 1985.

La Vicesecretaria del PSOE, Elena Valenciano, ha respondido -a través de un comentario en Facebook- que donde el PP dice "histórica" hay que leer "prehistórica; machista, sexista y ultracatólica". En su comentario considera que "la posición eterna de Alianza Popular, primero, y del PP, después ha sido siempre coherente contra la libertad de las mujeres" y concluye con la expresión: "Volveremos a la lucha".

Allá el PP y sus votantes a la hora de responder si se consideran prehistóricos, machistas y sexistas, pero estimamos que alguien con autoridad para hacerlo debería precisar públicamente que no puede ser calificada de ultracatólica una posición que, ni siquiera, es católica.

Y no lo es, en primer lugar, porque el PP no considera el catolicismo como referencia directa ni indirecta para su programa y actividad política. No podía ser menos en una organización que carece de las más elementales referencias propias de una sociedad sana y que, desde sus posiciones de poder, gestiona la corrupción económica y moral que está sufriendo España desde hace ya demasiados años.

Pero es que incluso, es un partido que ha convertido una ambigua y remota referencia al humanismo cristiano en un concepto vacío, una palabra hueca que no dice nada, ni impone nada. Como afirmó el vicesecretario de comunicación del Partido Popular, González Pons en febrero de 2012: “el apelativo cristiano no tiene connotación religiosa [sic!]… Es simplemente una manera de caracterizar a determinados partidos políticos del centro y del centro-derecha europeo”. Y no le falta razón. O que nos digan en qué se ha notado durante estos años que el PP está inspirado, entre otras perlas, por los valores del humanismo cristiano.

Menos aún puede considerarse católica, una ley que promueve la vuelta al estado de cosas anterior a la reforma promovida por el PSOE en su última legislatura. En primer lugar, porque hay coincidencia en que la anterior legislación se aplicaba, en la práctica, con criterios de aborto libre y no hay noticia de que el PP esté dispuesto a incidir directamente en puesta en práctica de ciertas directrices garantistas. Pero, sobre todo, porque si bien es cierto que, al amparo de la nueva ordenación, se pueden salvar algunas vidas inocentes, la aprobación de semejante ley -disponiendo de la mayoría absoluta que permitiría erradicar la consideración del aborto como un derecho- merece un juicio mucho más riguroso.

El proyecto Rajoy-Gallardón revela una mentalidad perversa que contribuye a difundir una idea hoy dominante entre los electores que los respaldan. Esta mentalidad se resume gráficamente en la idea de que una ley del aborto “buena” (la que puso en marcha el Gobierno de Felipe González en 1985, no modificó el de Aznar y parece dispuesto a restaurar Rajoy) y otra “mala”: la que fue aprobada por Rodríguez Zapatero y, al igual que la anterior, avalada por el Tribunal Constitucional. Circunstancia esta última, por cierto,  que no impide su derogación.

La propuesta de Ruiz Gallardón resulta posible porque, con absoluta indiferencia, miles de católicos acuden a las urnas una y otra vez para respaldar a los partidos que vienen protagonizando una radical ofensiva contra la vida que adquiere caracteres dantescos al convertir el aborto en un derecho pero que se manifiesta también en el fomento de la anticoncepción o en las regulaciones de la reproducción asistida ajenas a un criterio moral. Los dirigentes populares no pueden evitar su responsabilidad por aceptar unos principios tratando de evadirse de algunas de sus consecuencias. Basta recordar que el coste humano de la antigua ley del aborto fue de más de un millón trescientas mil vidas y la eliminación de buena parte de ellas había sido gestionada por comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular.

Los católicos españoles siguen optando mayoritariamente por el PP y el PSOE, fieles a las consignas oficiales que se les han hecho llegar sin viraje constatable desde los últimos años: «nada de partidos católicos; católicos en los partidos». Y el perfil de alguno de esos católicos en los partidos, lo dan políticos como los que desde el PSOE o el PNV apoyaron la nueva ley del aborto o como los que, desde el PP, se conforman con regresar a la situación de 1985.

El resultado son gobiernos sostenidos en las urnas por votos católicos que apenas difieren en el planteamiento de las cuestiones sustanciales e implantan desde el poder el laicismo más agresivo contribuyendo a la hegemonía de esa mentalidad, hoy dominante, sustrato permanente de una práctica política que es, al mismo tiempo, la consecuencia y el principal motor del proceso. No en vano el popular González Pons caía en el gravísimo error que supone una concepción materialista de la vida y afirmaba, en la ocasión citada, que «los españoles hoy no tienen problemas ideológicos, tienen problemas económicos» cuando es precisamente al contrario: la crisis económica que padecemos hunde sus raíces en gravísimas desviaciones morales y en el terreno de los principios.

En este escenario, los obispos siguen sin mostrar interés por favorecer el desarrollo de organizaciones políticas de verdadera inspiración católica y parecen contentos con el papel que ellos mismos se han atribuido: vivir en un continuo lamento a nivel puramente teórico pero evitando la polémica y paralizando la movilización clara e inequívoca de los católicos. Hasta ahora tampoco hemos encontrado ninguna alusión a la posición en que quedan las autoridades y las instituciones de un Estado, todas ellas manchadas y cuestionadas con esta ley, como ya lo estaban con la anterior. Incluso se llegó más allá del lamentable precedente de 1985 cuando, hablando en nombre del resto de los miembros de la Conferencia Episcopal, monseñor Martínez Camino intervino en defensa de la moralidad de la actuación del Jefe del Estado, responsable de la sanción de los textos legales de acuerdo con una interpretación letal de los mecanismos previstos en la Constitución.

Por eso, aunque poca o ninguna esperanza tenemos de encontrar respuesta, terminamos estas notas pidiendo con respeto pero también con la firmeza que el caso merece que la Conferencia Episcopal Española o, al menos, algún Obispo digno de este nombre tenga a bien desmentir el carácter ultracatólico de la reforma de la Ley del aborto que proyecta aprobar el Partido Popular y orientar a los católicos en lo que a estas dos cuestiones se refiere:

1. Los católicos que con leyes o actos de gobierno, promueven, facilitan y protegen jurídicamente la práctica del aborto merecen la calificación moral de pecadores públicos ¿Cómo se ha concretado el trato que se les dispensa en la administración de los Sacramentos mientras no reparen según su potestad el gravísimo daño y escándalo producidos? ¿En qué situación moral quedan los católicos que dan su voto al partido que está promoviendo la nueva ley y aplicando la vigente hasta ahora? ¿Y los católicos que forman parte del Gobierno que no piensa promover la inmediata ilegalización del aborto?

2. ¿No es cierto que resulta contradictorio dar por bueno un sistema que lleva jurídicamente a efectos moralmente inadmisibles y que no es posible en conciencia instalarse tranquilamente en él, sin hacer lo necesario por enderezarlo y por desligarse de responsabilidades que no se pueden compartir? Si la Constitución, en su concreta aplicación jurídica, permite dar muerte injusta a algunos, resulta evidente que la misma ley fundamental deja sin protección a los más débiles e inocentes, hecho que hay que añadir a la nefasta gestión de  los gobernantes ¿Qué consecuencias concretas se derivan a la hora de valorar moralmente el sistema político implantado en España en 1978?