«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

sábado, 28 de diciembre de 2013

El dilema de Rouco Varela


Con motivo de la Fiesta de la Sagrada Familia se han convocado una serie de actos que tienen como escenario la madrileña Plaza de Colón. Es previsible que la intervención del Cardenal D. Antonio Rouco Varela mañana, domingo 29 de diciembre, esté marcada de alguna manera por el anteproyecto de regulación del aborto aprobado el pasado día 21 por el Consejo de Ministros que preside Mariano Rajoy.

La Ley del PP se define como una ley de supuestos que justifica el aborto en caso de riesgo para la salud psíquica o física de la madre o en caso de violación. Todo ello, a espera de un debate parlamentario en el que se pueden producir sorpresas pues son numerosas las voces que se están alzando en el seno del partido conservador reclamando cambios que se aproximen a las posiciones sostenidas desde el PSOE.

Atinadamente, se ha suprimido el tercer supuesto que contemplaba la ley del 85, el de malformaciones graves porque, en palabras del Ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón: «no se puede decir que un no nacido, por tener alguna discapacidad, tiene menos derecho a la protección de su vida que la de un concebido sin discapacidad». En cambio, un no-nacido sí tiene menos derecho a la protección de su vida en caso de suponer un presunto riesgo para salud de su madre o haber sido concebido como consecuencia de una violación.

Hay que reconocer que, al amparo de la nueva ordenación, es posible que se salve alguna vida humana inocente.  Aunque esto solo podrá verificarse si se articulan las suficientes garantías para que no se repitan las circunstancias que, al amparo de la Ley del 85, permitieron la implantación en la práctica del aborto libre. Pero la restricción de la ley a algunos supuestos no modifica su calificación moral; pues, en ningún caso, es permisible el aborto voluntario. Máxime cuando la mayoría absoluta parlamentaria con la que cuenta el PP permitiría la erradicación de la cobertura legal del aborto. De ahí la especial gravedad de las declaraciones de Ruiz Gallardón al vincular las propuestas ahora adoptadas con el programa electoral y los principios ideológicos sostenidos por el partido en el Gobierno: «desde una postura humanista y con unos avances, a mi juicio, trascendentales en la concepción del Derecho como garantía de protección de derechos de los más débiles» (ibid.).
Ante este panorama, cabe interrogarse acerca de los términos en que se pronunciará mañana el Cardenal Rouco.

En realidad, los comunicados de los obispos españoles en relación con las sucesivas legislaciones abortistas, tanto aisladamente como de manera conjunta, se han limitado a una exposición de los principios doctrinales fundamentada generalmente de los principios personalistas y existencialistas característicos de la Nueva Teología. De ahí las reiteradas alusiones a un derecho a la vida puramente natural, como inherente a la pura existencia del hombre, cuando en realidad deriva de su fin moral. Y la radical incomodidad que provoca el genérico y ambiguo “Todos tienen derecho a la vida” frente a realidades más complejas como los son la pena de muerte, la legítima defensa o la guerra justa.
La exposición se hace a veces incluso en términos duros, como los empleados con frecuencia en los documentos eclesiásticos en relación con el aborto. Por ejemplo: «facultad, legitimada por la ley, de atentar contra la vida del ser humano más indefenso e inocente» (Episcopado Español, julio-1983): «Crimen abominable» (Concilio Vaticano II), «que nunca, en ningún caso, se puede legitimar» (Juan Pablo II)”. Pero en la práctica, se evita la polémica y se paraliza la movilización clara e inequívoca de los católicos.

De hecho, con la única excepción de los pronunciamientos del entonces Obispo de Cuenca D.José Guerra Campos -a los que hemos hecho alusión reiteradamente en numerosos artículos sobre esta misma cuestión-, nunca hemos oído denunciar las raíces de la legalización del crimen en una Constitución gravemente cuestionable desde el punto de vista moral ni se ha explicitado con claridad la posición en que quedan las autoridades y las instituciones de un Estado, todas ellas manchadas y cuestionadas por la ley vigente (2010), la derogada (1985) o la ahora proyectada.
El gran problema es que, si la Constitución, en su concreta aplicación jurídica, permite dar muerte a algunos, resulta evidente que, no sólo los gobernantes, sino la misma ley fundamental deja sin protección a los más débiles e inocentes. (Y a propósito: ¿tienen algo que decirnos los gobernantes, más o menos respaldados por clérigos, que en su día engañaron al pueblo, solicitando su voto con la seguridad de que la Constitución no permitía el aborto? Y digan lo que digan, ¿va a impedir eso la matanza que se ha legalizado?) (José Guerra Campos: Pastoral del 13-julio-1985).
Palabras éstas en acusado contraste con las pronunciadas recientemente por el propio Rouco Varela para quien “En particular, hemos de estar atentos a que no padezcan detrimento los bienes de la reconciliación, la unidad y la primacía del derecho, que se han podido tutelar en estos años de un modo suficiente, al amparo de las instituciones y mecanismos previstos en la Constitución de 1978, y con notable beneficio para el bien común”.

La afirmación no nos sorprende, por reiterada (cfr. la conferencia pronunciada por el Arzobispo de Madrid en el Club Siglo XXI , 15 de marzo de 2001: “La Iglesia en España ante el siglo XXI. Retos y tareas). Pero suena a verdadero sarcasmo que quienes no movieron un dedo en defensa del sólido edificio de las Leyes Fundamentales, atacado por los enemigos de España y de la civilización cristiana, se movilicen ahora en apoyo de un texto legislativo que permite al Estado actuar como el principal agente de una ofensiva para el cambio de las mentalidades.

Al concebir un bien común tutelado eficazmente por una Constitución que no garantiza, por poner solo un ejemplo, el derecho a la vida de los no nacidos, Rouco Varela no solamente lleva a cabo una deformación inadmisible sino que silencia interesadamente la verdadera cara de un marco político que aparenta la renuncia a cualquier idea previa o la neutralidad para luego servir de instrumento a la promoción de mentalidades y políticas muy concretas. Pensemos, por ejemplo, en la difusión de mentalidades divorcistas, abortistas, laicistas… promovidas de manera sistemática desde el propio Estado.

Con razón se ha hablado de “la ruina espiritual de un pueblo por efecto de una política”, en expresión de Francisco Canals, referida a una política que constituye la aplicación práctica de un sistema erróneo de conceptos sobre la vida y sobre la sociedad. Cerrar los ojos a la conexión entre los procesos políticos y la descristianización que se ha producido en los últimos siglos y se ha acelerado en los últimos decenios sería negar la realidad (Cfr. Francisco Canals, "Reflexión y súplica ante nuestros pastores y maestros", Cristiandad 670-672 (1987) 37ss y "El ateísmo como soporte ideológico de la democracia", Verbo 217-218 (1982), 893ss).

Por eso, a Rouco no le queda mañana otra alternativa que denunciar, junto con el proyecto Gallardón, un sistema que lleva jurídicamente a efectos moralmente inadmisibles y en el que no resulta posible en conciencia instalarse tranquilamente, sin hacer lo necesario por enderezarlo y por modificar una Constitución que permite dar muerte injusta a los no-nacidos.

Y todo ello, porque según la doctrina católica, la soberanía en la comunidad política debe estar sometida jurídicamente al orden moral (a la soberanía de Dios). Es algo más que una exhortación para que ciudadanos y gobernantes en sus decisiones y actos electivos estén atentos a la norma moral. Se requiere que sea moral el sistema mismo, es decir, que esté constituido de tal forma que no sea legítimo dentro de él atentar contra la citada ley moral.

Afirmaciones del género “la Ley Gallardón es menos mala…” son, en realidad, perversas porque contribuyen a consolidar la aceptación social del aborto legalizado y a difundir una idea hoy dominante entre los electores del PP y respaldada por medios de comunicación afines. Es decir, que hay una ley del aborto “buena” (la que puso en marcha el Gobierno de Felipe González en 1985, no modificó el de Aznar y ahora va a restaurar Rajoy en sus líneas generales) y otra “mala”: la implantada por Rodríguez Zapatero. Y en el colmo de la distorsión, el abortismo de los populares, se ve transmutado así en defensa de la vida privando así, una vez más, de apoyo a las opciones políticas que sostienen la defensa incondicional de los no-nacidos.

Este es el dilema al que se enfrenta Rouco Varela: o rectificar radicalmente sus reiteradas declaraciones elogiosas de la Constitución de 1978 atreviéndose a ser profeta y a decir a los poderosos, como Juan Bautista, “No te es lícito”. O despedirse de su cargo en Madrid ejerciendo de complaciente cortesano, gestor de un catolicismo enfeudado en el sistema, dependiente económicamente del Estado y alegremente enfrascado en su propia auto-demolición.

Ese es el dilema. La respuesta, mañana en la Plaza de Colón.

Publicado en Tradición Digital

sábado, 21 de diciembre de 2013

Aborto: El PP se ríe de sus votantes, pero no les engaña


El ministro de Justicia, D.Alberto Ruiz Gallardón acaba de anunciar en rueda de prensa las modificaciones que va sufrir la regulación del aborto de acuerdo con el anteproyecto aprobado el 21 de diciembre por el Consejo de Ministros. El voto y la opinión católica en España se han mostrado sistemáticamente cautivos del partido ahora en el Gobierno y, por eso, puede decirse con toda propiedad que el PP se ríe de sus votantes pero no que les engañe. Aunque con escasa celeridad, Rajoy comienza ahora a cumplir uno de los compromisos asumidos en su programa electoral.

Programa que fue democráticamente respaldado en las urnas por una mayoría absoluta de los españoles el pasado 20 de noviembre. Con independencia de la valoración que merezca este último dato, no debería ser silenciado, como se hace sistemáticamente, en las opiniones que la izquierda totalitaria está vertiendo en relación con el propósito de derogar algunos de los criterios implantados por el Partido Socialista en su Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo.

La Ley del PP se denominará (paradójica o burlescamente) de protección de la vida del concebido y de derechos de la embarazada y se define como una ley de supuestos que justifica el aborto en caso de riesgo para la salud psíquica o física de la madre o en caso de violación. Es sabido que dichas previsiones sirvieron al amparo de la Ley del 85 para una implantación en la práctica del “aborto libre” por lo que, está por demostrar, que los nuevos preceptos vayan acompañados de las suficientes garantías para que no se repita la misma situación. Máxime, cuando el puzle autonómico impide cualquier adopción de directrices comunes a la hora de aplicar la Ley en todo el territorio nacional.

Hay que reconocer que el proyecto-Gallardón está destinado a sustituir a una normativa aún más negativa y es cierto que, al amparo de la nueva ordenación, es posible que se salve alguna vida humana inocente pero la aprobación de semejante ley -disponiendo de una mayoría absoluta que permitiría la erradicación de la tolerancia legal hacia el aborto- merece un juicio mucho más riguroso. Además, algunas pinceladas positivas como la regulación de la mal llamada objeción de conciencia apenas modifican el juicio moral sobre un plan que puede calificarse con términos muy similares a los que aplicó el entonces Obispo de Cuenca, D.José Guerra Campos, a la Ley socialista de 1985:
  • Se ha consumado la legitimación de unas agresiones «contra la vida del ser humano más indefenso e inocente» (Episcopado Español): «Crimen abominable» (Concilio Vaticano II), «que nunca, en ningún caso, se puede legitimar» (Papa Juan Pablo II)
  • La restricción de la ley a algunos supuestos no modifica su calificación moral; pues, en ningún caso, es permisible el aborto voluntario”.
  • Los católicos que en cargo público, con leyes o actos de gobierno, promueven o facilitan —y, en todo caso, protegen jurídicamente— la comisión del crimen del aborto, no podrán escapar a la calificación moral de pecadores públicos”.
La imposición de la Ley propuesta por Rajoy-Gallardón va a resultar posible porque, con absoluta indiferencia, miles de católicos acuden a las urnas una y otra vez para respaldar a los partidos que vienen protagonizando una radical ofensiva contra la vida. Agresión que adquiere caracteres dantescos en relación con el aborto pero que se manifiesta también en el fomento de la anticoncepción o en las prácticas de reproducción asistida ajenas a un criterio moral.
Este panorama es, en buena medida, el resultado de cómo se viene haciendo en España la orientación del voto católico. Durante años se nos viene diciendo: considerad los elementos negativos y los positivos y decidid en conciencia. Pero la mayoría de los ciudadanos no están capacitados para distinguir si la expresión en conciencia hace referencia a una norma superior o a la mera autonomía subjetiva. Y aunque entendieran lo primero, en la práctica se les ha sugerido de mil modos que -como no hay nada sin defectos- podían en conciencia apoyar con sus votos -por razón de los aspectos positivos- a fuerzas promotoras de cosas tan negativas como el aborto, la disolución familiar, la descristianización, etc. El hecho es que con los votos de los fieles católicos se han implantado los mismos males que luego se critican. Y voces autorizadas, en el acto mismo de condenar esos males, se apresuran a advertir que se trata de puntos aislados y reiteran su aval al marco jurídico-político del que brotan (cfr. José Guerra Campos, “La Iglesia y la comunidad política. Las incoherencias de la predicación actual descubren la necesidad de reedificar la doctrina de la Iglesia”).

A pesar de su apoyo al aborto legalizado, Gallardón es objeto de durísimos ataques por parte de la izquierda que lo presenta como fiel seguidor de las consignas eclesiásticas en esta materia. Ahora bien, no solamente la postura de Gallardón está alejada de la Doctrina de la Iglesia al respecto sino que, al igual que ocurría en los gobiernos de Aznar, la actuación de ministros vinculados a poderosas organizaciones religiosas viene acompañada de una específica referencia moral en ninguna de las cuestiones abordadas desde Moncloa.

Tampoco cabe esperar mucho de los pronunciamientos del episcopado, tanto aisladamente como en los comunicados conjuntos de la Conferencia Episcopal. Parece previsible que, como en ocasiones anteriores, los prelados españoles se limiten a recordar, tímidamente, la doctrina sobre la defensa de la vida partiendo generalmente de los principios personalistas y existencialistas que sirven de fundamento a la Nueva Teología.

De ahí las reiteradas alusiones al “derecho a la vida” natural sin que haya paralela insistencia en recordar que el aborto trunca el derecho del hombre a la vida sobrenatural a la que es llamado (y de la cual resulta excluido si, como ocurre por norma, el feto abortado no es bautizado). Al mismo tiempo, se considera el derecho a la vida como inherente a la pura existencia del hombre, cuando en realidad deriva de su fin moral. Por consiguiente, se silencia que no existe un derecho incondicionado a los bienes de la vida temporal; el único derecho verdaderamente inviolable es al fin último: a la verdad, la virtud y la felicidad, y a los medios necesarios para conseguirlas (cfr. Romano Amerio, Iota Unum, Salamanca: 1994, pp. 297-307).

Por eso, aunque poca o ninguna esperanza tenemos de encontrar respuesta, terminamos estas notas reiterando una petición hecha en ocasión semejante. Que la Conferencia Episcopal Española o, al menos, algún Obispo digno de este nombre tenga a bien hacer pública una orientación a los católicos en lo que a estas cuestiones se refiere:
  1. Los católicos que con leyes o actos de gobierno, promueven, facilitan y protegen jurídicamente la práctica del aborto merecen la calificación moral de pecadores públicos ¿Cómo se ha concretado el trato que se les dispensa en la administración de los Sacramentos mientras no reparen según su potestad el gravísimo daño y escándalo producidos? ¿Se les está aplicando el canon 915, que excluye de la Comunión eucarística a los que “obstinadamente persisten en un manifiesto pecado grave”?
  2. ¿En qué situación moral quedan los católicos que dan su voto a los partidos que están promoviendo la nueva ley y aplicando la vigente hasta ahora? ¿Y los católicos que apoyan con sus votos o forman parte del Gobierno que, pudiendo hacerlo, no piensa promover la inmediata ilegalización del aborto? ¿Y el Jefe del Estado que promulgue la Ley?
  3. ¿No es cierto que resulta contradictorio dar por bueno un sistema que lleva jurídicamente a efectos moralmente inadmisibles y que no es posible en conciencia instalarse tranquilamente en él, sin hacer lo necesario por enderezarlo y por desligarse de responsabilidades que no se pueden compartir?
  4. Si la Constitución, en su concreta aplicación jurídica, permite dar muerte injusta a algunos, resulta evidente que la misma ley fundamental deja sin protección a los más débiles e inocentes, hecho que hay que añadir a la nefasta gestión de los gobernantes ¿Qué consecuencias concretas se derivan a la hora de valorar moralmente el sistema político implantado en España en 1978?
Publicado en Tradición Digital

“En estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo”

El cuarto Domingo de Adviento está centrado en la cercana solemnidad de Navidad. Por eso en la oración colecta pedimos a Dios que derrame su gracia sobre nosotros, que hemos conocido por el anuncio del Ángel la encarnación de su Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección.

«Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel, que significa: Dios con nosotros» (Is 7, 14). Esta profecía de Isaías asegura que Dios mismo dará un descendiente al rey David como signo de su fidelidad. Como leemos en el Evangelio, esta promesa y todas las que Dios había hecho por medio de los profetas a lo largo de los siglos, se cumplieron con el nacimiento de Jesús. El Hijo de Dios se hace hombre en el seno de la Virgen María, y ese misterio manifiesta el amor de Dios para redimir a la humanidad herida por el pecado.

En la segunda lectura (Rom 1, 1-7), San Pablo se presenta como «elegido para anunciar la Buena Noticia de Dios, que Él había prometido por medio de sus Profetas en las Sagradas Escrituras, acerca de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor».

La inteligencia del hombre, aunque puede conocer la existencia de  Dios y algunas de sus perfecciones a partir de la creación (Rom. 1 20.), no puede conocer la mayor parte de aquellas cosas por las que se consigue la salvación eterna, a no ser que Dios le revele por la fe esos misterios. Esta fe se recibe por la audición. Por eso, Dios no dejó nunca de hablar a los hombres por medio de los profetas, para revelarles, según la condición de los tiempos, el camino recto y seguro que conduce a la eterna felicidad. Es más, Dios quiso hablarnos por medio de su Hijo, mandando que todos le escuchasen. «De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo» (Hb 1,1-2).

Y, después de habernos enseñado la fe, el Hijo constituyó apóstoles en su Iglesia para que ellos y sus sucesores anunciaran la doctrina de vida a todas las gentes (cfr. Catecismo Romano, prólogo).
No solamente los profetas anunciaron a Cristo sino que Él mismo se presenta como Profeta: «Aquí hay uno que es más que Jonás» (Lc 11, 32); Él es «el profeta, el que ha de venir al mundo» (Jn 6, 14).
Jesucristo fue sumo Profeta y Maestro que nos enseñó la voluntad de Dios, y por cuya doctrina recibió el mundo el conocimiento del Padre celestial. Y tanto más propia y debidamente le conviene este nombre, cuánto todos los demás que fueron honrados con el mismo nombre, habían sido sus discípulos, y enviados principalmente a anunciar este Profeta que había de venir para salvar a todos. También Cristo fue sacerdote […] Asimismo, reconocemos también por Rey a Jesucristo […] El cual reino de Cristo es espiritual y eterno que empieza en la tierra y se perfecciona en el cielo. Y en verdad hace los oficios de Rey para con su Iglesia con maravillosa providencia. Pues Él la gobierna, Él la defiende del furor y asechanzas de sus enemigos, Él ordena sus leyes, y Él comunica con abundancia no solamente santidad y justicia, sino también virtud y fuerza para perseverar en ella […] Dios le dio, en cuánto hombre, toda aquella potestad, grandeza y dignidad de que es capaz la naturaleza humana. Y así le entregó el reino de todo el mundo, y efectivamente en el día del juicio se le rendirán todas las cosas entera y perfectamente, lo cual ha empezado ya a realizarse (Catecismo Romano, cap. III, 2º art. del Credo).
Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey «por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre». Este misterio que profesamos cuando rezamos el Credo es además una verdad de fe que se hace de nuevo presente ante nuestros ojos para adorarle, para acogerle, para recibirle.

La contemplación del misterio de la Encarnación nos otorgará renovadas fuerzas para santificarnos en el combate diario que se deriva de las obligaciones de nuestro propio estado, y también del combate exterior de la fe, del ejercicio de las buenas obras y de las virtudes que vemos en Cristo, ya desde su nacimiento.

Acompañemos a Nuestra Señora con estas disposiciones en estos pocos días que quedan para la Navidad, pidiéndole que, así como preparó la humilde cuna de Belén prepare nuestra alma para acoger en ella a Cristo cada vez que se hace presente en nuestra vida con la gracia o viene a nosotros en la Eucaristía.

Publicado en Tradición Digital

sábado, 14 de diciembre de 2013

“Ya está el Reino de Dios en medio de vosotros”

Gaudete in Domino semper”, “Estad siempre alegres en el Señor” (Flp 4, 4). Con estas palabras de san Pablo se inicia la Santa Misa del III domingo de Adviento (Domingo de Gaudete). El Apóstol exhorta a los cristianos a alegrarse porque la venida del Señor es segura y no tardará. San Pablo está hablando de su segunda venida gloriosa pero la iglesia acoge esta invitación mientras se prepara para celebrar la Navidad (Or. Colecta).

Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios [...] Viene a salvaros” (Is 35, 4). La primera lectura es una profecía mesiánica que, si infundía confianza en sus primeros destinatarios, más aún en nosotros que hemos conocido su cumplimento en la verdadera y definitiva salvación, realizada por Jesucristo.

En el Evangelio (Mt 11, 2-11), Jesús, respondiendo a la pregunta de los discípulos de Juan Bautista, se aplica a sí mismo lo que había afirmado Isaías: Él es el Mesías esperado: “los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la buena nueva” (vv. 4-5).

La razón profunda de la alegría de que hoy nos habla la Liturgia es que en Cristo se cumplió el tiempo de la espera y Dios realizó finalmente la salvación que había anunciado a nuestros primeros padres después del pecado original, cuando les prometió un Salvador (el Mesías), que había de venir a librar al género humano de la servidumbre del demonio y del pecado y a merecerles la gloria. Esta promesa la fue Dios repitiendo en lo sucesivo otras muchas veces a los Patriarcas y, por medio de los Profetas, al pueblo hebreo” (Catecismo de San Pío X).

Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel, este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones: “en vuestro poder está el alcanzarlo; porque todo hombre que sea justificado por la fe y la gracia de Jesucristo y que esté adornado con las virtudes, puede alcanzar el reino de los cielos” (San Cirilo, in Cat graec. Patr.). Por el reino de Dios “comienza y acaba toda la predicación del Evangelio. Porque por él empezó San Juan Bautista a exhortar a penitencia, diciendo: "Haced penitencia, porque se acerca el Reino de los cielos", Y el Salvador del linaje humano por ahí también dio  principio a su predicación… Después mandó a sus Apóstoles predicar este mismo Reino” (Catecismo Romano).

Ya está el Reino de Dios en medio de vosotros” (Lc, 17, 21) Por reino de Dios entendemos un triple reino espiritual: el reino de Dios en nosotros, que es la gracia; el reino de Dios en la tierra, que es la Iglesia Católica, y el reino de Dios en el cielo, que es la bienaventuranza.

Con las palabras venga a nosotros tu reino pedimos en el Padre nuestro, en orden a la gloria, ser un día admitidos en la bienaventuranza, para la que hemos sido creados y donde seremos cumplidamente felices.
Para entrar en este Reino [de la Gloria] es preciso fundar antes el Reino de la gracia, porque no es posible que reine en uno la gloria de Dios si antes no reinó en él su gracia, que es un manantial de agua que mana hasta la vida eterna (Jn. 4 14; 3 5.). En ese Reino nos mantendremos firmes e inmutables, sin poder pecar ni perder a Dios, mientras que en esta vida el Reino de la gracia puede ser perdido; allí toda nuestra flaqueza se convertirá en fortaleza; Dios mismo reinará en nuestra alma y en nuestro cuerpo para siempre (Catecismo Romano).
Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor” (2ª Lectura, St 5, 7). El Adviento nos invita a la alegría, pero, al mismo tiempo, a  esperar  con  paciencia  la  venida. Nos invita a no desalentarnos, superando las adversidades con la certeza de que el Señor no tardará en venir.

Por tanto, avancemos con alegría y generosidad hacia la Navidad. Y, para ello, hagamos nuestro el ejemplo de la Virgen María, que pronunció su fiat a la Encarnación, esperó en oración y en silencio al Redentor y preparó con cuidado su nacimiento.

Publicado en Tradición Digital

viernes, 6 de diciembre de 2013

Un diálogo sobre Fascismo, Modernidad y Tradición

"Fasci di Combattimento", antecedente del Partido Fascista
DOMINGO GONZÁLEZ: Hay dos libros muy importantes para entender la común ascendencia moderna de las ideologías totalitarias revolucionarias (fascistas y comunistas). Su natural inclinación a las prácticas terroristas y genocidas, como forma suprema de higiene social, no fue un accidente sobrevenido ni puede justificarse por la contingencia histórica de una época violenta. Antes al contrario, dichas ideologías revolucionarias encarnan, cada una a su modo, la misma aspiración prometeica, típicamente moderna, dirigida a la construcción (racionalista o mitológica) de un Orden Nuevo y de un Hombre Nuevo.

Se trata de Modernismo y Fascismo (La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler) , de Roger Griffin (Madrid: Ediciones Akal, 2010). El otro libro es de Zygmunt Bauman, Modernidad y Holocausto (Madrid: Ediciones Sequitur, 1997).

JAIME MORA: Habría que determinar en qué consistieron las prácticas terroristas y genocidas del fascismo italiano, el único fascismo en realidad.

HISTORICUS: La tesis de los libros es muy sugerente y seguramente acertada. Como siempre, late la cuestión que apunta Jaime: determinar qué se entiende por fascismo y si puede considerarse un concepto universal. Así como si hay "fascismos" nacidos en contextos anti-modernos y contrarrevolucionarios o estos elementos son simples adherencias.

DOMINGO GONZÁLEZ: Sin duda la acusación es injusta con algunas expresiones de lo que se han venido considerando "movimientos fascistas", empezando por su matriz italiana, y especialmente con las manifestaciones en un marco católico (la Falange, especialmente). Los fundadores y pensadores de esas variantes del "fascismo" emitieron reservas serias y profundas frente al modernismo fascista (panteísmo estatal, nacionalismo, colectivismo socio-cultural, antipersonalismo, etc). Creo, en este sentido, que el pensamiento de José Antonio es fiel reflejo de esta tensión, seguramente nunca resuelta del todo. Fuera de este marco católico, los "fascismos" (con todas las cautelas con que debamos emplear esta expresión, sin duda forzada por el interés teórico de la generalización abusiva) cada vez se me aparecen más como una reacción mimética frente al comunismo, que trocaría el internacionalismo economicista por el particularismo nacionalista mitológico, pero arrastrando necesariamente la deuda con una modernidad fuerte y revolucionaria (eso sí, sometida a revisión). Esto incluye, por supuesto, el uso de los mismos métodos y formas de organización políticas.

Creo que esta es la tesis de Nolte, que tal vez sería necesario afinar (por ejemplo con las teorías de René Girard, que permitirían enriquecerla notablemente). Atención a estas palabras de Hitler: "Mucho es lo que he aprendido del marxismo, lo confieso abiertamente. No, quizá, esa aburrida enseñanza social y de la concepción histórica materialista, de esas cosas absurdas...Pero sí he aprendido de sus métodos. Sólo que yo he tomado en serio lo que esos espíritus de tenderos y secretarios habían iniciado tímidamente. Todo el nacionalsocialismo está aquí inmerso. Fíjense exactamente...Esos nuevos medios de lucha política hacen referencia, en los fundamental, a los marxistas. Yo sólo necesité hacerme cargo de ellos y desarrollarlos (...) El nacionalsocialismo es lo que el marxismo hubiese podido ser si se hubiese desligado de la unión absurda, artificial, con una ordenación democrática". ¿Cuántos dirigentes fascistas se educaron ideológica y políticamente en las filas del socialismo o el comunismo? Creo que eso dice mucho.

JAIME MORA: Ya, Domingo, pero el fascismo italiano no fue ni terrorista ni genocida, y eso hay que recordarlo. Podemos discutir por qué motivos no lo fue, pero no podemos hablar de prácticas genocidas en sistemas políticos que no lo fueron. Y la tesis de Nolte está limitada, estrictamente, al nacionalsocialismo.

HISTORICUS: Por algo, Ramiro Ledesma Ramos solamente daba acreditación de fascistas a los que habían nacido de la matriz revolucionaria y se mantenían en ella. Los demás eran simplemente "fascistizados". Creo que la tensión a la que alude Domingo está más presente en la Falange como organización (sobre todo al integrar al jonsismo del citado Ledesma) que en el propio José Antonio. Éste entra en la corriente del pensamiento tradicional español.

DOMINGO GONZÁLEZ: No pretendo atribuir ningún sentido polémico a la idea del terrorismo. Por ejemplo, está fuera de duda que la represión en la Italia fascista fue muy inferior a la de la España franquista (claro que ésta se explica en gran medida por las consecuencias de una guerra civil y por la respuesta a otras ideologías terroristas, como el comunismo). No, prefiero hablar en un sentido más crítico sobre el terrorismo.

El Terror comienza con la revolución francesa. Y todas las ideologías revolucionarias son, potencialmente al menos, terroristas. Ésos son sus métodos. Métodos modernos de hacer política. Y por no hablar del tema sensible de la violencia, podemos fijarnos también en la cuestión de la propaganda, entendida como la mentira sistemática, con ambición cratológica. Esto es maquiavelismo, y todas estas ideologías rivalizaron miméticamente en el cinismo propagandístico. Todo esto es moderno y revolucionario. Por supuesto, la ética cristiana de José Antonio está radicalmente fuera de este marco. De ahí en gran parte su desengaño hacia el fascismo, que lo hubiera sido en mayor medida de haber conocido mejor, con mayor perspectiva histórica, la naturaleza de estas nuevas ideologías.

JAIME MORA: ¿Terrorismo sin violencia, sin exterminio físico del adversario (ideológico, de clase, de raza)? No le des más vueltas, el fascismo italiano será una ideología, en parte, moderna, pero no fue terrorista en la práctica (no tengo ni idea de si lo era en potencia) y mucho menos fue genocida.

DOMINGO GONZÁLEZ: ¿Fascismo sin violencia, dices? ¿No lo estarás confundiendo con el franciscanismo? Ahora va a resultar que Mussolini era un pacifista vergonzante… Creo que ese fascismo pacifista sólo lo practicó Gandhi…

HISTORICUS: Creo que Jaime no dice "sin violencia". Con el manganello y el ricino puede haber violencia pero no genocidio…

DOMINGO GONZALEZ: Es obvio que el fascismo italiano no fue genocida. Y también es obvio que no se puede reducir el fascismo a la violencia, Pero no creo que tampoco se pueda dudar del hecho de que el fascismo no sólo utilizó los métodos violentos que imitó de la izquierda, sino que desarrolló toda una ética de la violencia, de la voluntad y del sentimiento".

La tesis del libro de Griffin, que yo acepto de antemano, es que el fascismo fue moderno y revolucionario. Para mí es una prueba de su naturaleza, si no perversa sí, al menos, pervertida. Pero entiendo que para los que se sienten modernos, la modernidad del fascismo sea un título glorioso de su legitimidad.

Corneliu Zelea Codreanu
HISTORICUS: O sea que el problema es doble. No se trata únicamente de determinar qué es el fascismo sino qué no lo es. Y puestos a admitir la existencia de los diversos "fascismos" ¿solamente son fascismo auténtico los elementos modernos y revolucionarios? Es decir, los fascistizados (en terminología de Ledesma Ramos): Acción Española, Calvo Sotelo, Pradera, Maeztu... o el propio José Antonio ¿eran reaccionarios con un barniz fascista? O todos ellos basculaban hacia un punto de convergencia común. Y, fuera de España, ¿Era Codreanu "moderno y revolucionario"? Otra pista para profundizar en la cuestión sería el intento católico, en la línea de Il Frontespizio, de contrarrestar al neo-idealismo gentiliano como filosofía inspiradora del régimen.

DOMINGO GONZÁLEZ: Creo que hay que situarse en un prudente término medio: ni aceptar la teoría monolítica de un fascismo universal ni negar las mutuas conexiones y deudas entre los distintos fascismos. Es decir, una teoría del fascismo moderadamente pluralista y prudentemente unitaria.

HISTORICUS: “Término medio” que supone una respuesta positiva a la pregunta acerca del fascismo como un universal…

DOMINGO GONZÁLEZ: Pero los fascistizados no son fascistas. Son la expresión de una simpatía hacia un régimen exitoso que restableció la autoridad y el orden. Pero creo que no entendían bien el fascismo. No me extraña la reacción de Ramiro Ledesma frente a ellos.

HISTORICUS: Probablemente porque él hacía esa lectura unívoca del fascismo que excluye de él cualquier elemento anti-moderno o contra-revolucionario. En realidad, en la medida que los fascistizados convergen hacia el pensamiento tradicional hispano son cada vez menos fascistas. De todas formas creo que el proceso es peculiar de España porque el peso que aquí tenía el pensamiento tradicional (anti-moderno y contrarrevolucionario) era mucho mayor que en cualquier otra nación de la Europa (al menos) Occidental. De ahí el ¿Bandera que se alza? de Víctor Pradera o los hombres de Acción Española que interpretan el fascismo como un neo-tradicionalismo: “Depurada la doctrina tradicionalista en el crisol de la adversidad, e invadido hoy el mundo por un ambiente “fascista”, que en sus principales bases guarda gran analogía con los postulados del tradicionalismo, no es aventurado esperar, para un mañana próximo, el triunfo de los principios fundamentales que representaba la bandera que, ahora hace un siglo, comenzó a cobijar a tantos mártires de la Religión y de España” (Eugenio Vegas Latapié, “Un centenario”, Acción Española, nº 37, 16 de septiembre de 1933, p.15).

DOMINGO GONZÁLEZ: Había un cartel del MSI, creo que de los años 60, en el que aparecía una de las fórmulas simbólicas preferidas de Giorgio Almirante para expresar la esencia del ideal fascista: "Nostalgia del futuro". Me parece una bella imagen poética de gran fuerza evocadora y que explica el gran poder de seducción del fascismo genuino en el marco de una civilización decadente. Pero dicha imagen expresa también las contradicciones internas de la ideología fascista, en particular entre su presunto tradicionalismo y su equívoca modernidad revolucionaria.

Augusto del Noce explicaba el fascismo como un movimiento espiritual de segunda generación, es decir, un movimiento surgido en una época de disolución religiosa y de crisis cultural pero en la que todavía se podían proyectar políticamente metas semi-trascendentes. Me parece que esa es una de las claves para entender el fascismo y su "nostalgia". Creo que esa nostalgia es la nostalgia de la comunidad, y más concretamente, de la Iglesia. Esto es lo que explica la modernidad del fascismo, porque de hecho la fórmula "nostalgia del futuro" no es exclusiva del fascismo. Ese mismo retro-futurismo aparece en algunas distopías de ciencia ficción y es una imagen que incluso se utiliza a menudo para justificar las peores versiones del transhumanismo, hoy especialmente en boga (véase por ejemplo Houellebecq, cuya referencia seguramente aprobará Jaime, y me parece que no por casualidad).

Creo que esta aspiración transhumanista, que expresa esa aspiración prometeica y moderna (un Nuevo Orden para un Hombre Nuevo) refleja el carácter irremediablemente ideológico del fascismo, y lo digo en el peor sentido de la palabra. Por esa razón, creo que el fascismo es inequívocamente moderno, como sugiere Griffin, y que su polo tradicionalista es un mero envoltorio, un simple barniz. Al final, como en toda nostalgia, no podemos revivir el pasado. Pero si, como los niños huérfanos que acaban de perder a sus padres, creemos que todo tiempo pasado fue mejor (como creyeron y sufrieron los fascistas), podemos proyectar nuestras esperanzas (y nuestros miedos) en una reconstrucción postiza del Hogar paterno que nos recuerde al Hogar de nuestros verdaderos padres. Aun a riesgo de parecer demasiado psicoanalítico, creo que esa es la "nostalgia fascista del futuro"."

Entiéndase, para concluir, que mi crítica al fascismo es reaccionaria, ni liberal ni marxista, ni conservadora ni democrática, ni tampoco fascista (que también existe). Por mi experiencia, la crítica reaccionaria al fascismo es la que más descoloca a los fascistas. A veces me dan la impresión, al escucharla, de sentirse repentinamente más plebeyos de lo que creían.

HISTORICUS: Creo que, al final, apuntas muy acertadamente a la pregunta por la imposibilidad de revivir el pasado y la demanda cuestiona también a los diversos tradicionalismos. ¿Restauración o Apocalipsis? Pero, ésta sería materia para otro debate.

http://tradiciondigital.es/2013/12/06/un-dialogo-sobre-fascismo-modernidad-y-tradicion/

El libro regalado a Francisco por Netanyahu: una manipulación historiográfica

Ayer 2 de diciembre, al término de 25 minutos de encuentro en privado en el Vaticano, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu regaló a Francisco un libro escrito en español por su padre, Ben Zion Netanyahu, y cuyo título es «Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV». Netanyahu explicó que «mi español es prácticamente nulo, pero mi padre, fallecido el año pasado, era historiador y conocía ese idioma».

Hubiera sido preferible que los servicios de protocolo de la Santa Sede hubieran evitado esta promoción interesada de una obra que, por su sectarismo y defectuosa interpretación, ha sido acertadamente rebatido por prestigiosos historiadores que se han ocupado del tema. Cuando la obra de Netanyahu no era noticia nos hicimos eco de esa crítica al publicar en Historia en Libertad la recesión de un libro que ahora recomendamos a nuestros lectores para contrarrestar la propaganda sionista que Netanyahu ha aprovechado para difundir con motivo de su audiencia romana. Se trata de Las razones de la Inquisición española (Una respuesta a la Leyenda Negra) , editado por Almuzara en 2009.

Su autor, Miguel Ángel García Olmo (Murcia, 1963) es doctor en Antropología y licenciado en Derecho y Filología Clásica. Como ensayista suele abordar cuestiones humanísticas de actualidad (historia, educación, artes, hecho religioso…) desde perspectivas multidisciplinares. Como traductor está especializado en latín eclesiástico, habiendo publicado en español toda la colección de visitas ad limina de los obispos cartaginenses que, desde el siglo XVI, se custodia en el Archivo Secreto Vaticano.

En la década de los noventa del pasado siglo, Benzion Netanyahu (historiador y ex político sionista, padre del actual primer ministro de Israel) publicó un alegato en el que señala el racismo antisemita como origen y motivación fundamental de la Inquisición española. Esta peregrina hipótesis retrotrae el debate historiográfico sobre el Santo Oficio a un estadio anterior al que se había logrado gracias a las más relevantes aportaciones de autores como Domínguez Ortiz, Suárez Fernández o Eliott y lo devuelve a un terreno de interpretación basado en prejuicios ideológicos no tanto en una lectura desapasionada de las fuentes para buscar en ellas la explicación de los hechos del pasado.

Quizá por eso mismo, la sugerencia tuvo una inmensa y acrítica repercusión internacional en un mundo que rehúye los análisis complejos de la realidad y prefiere concebir la historia como una proyección hacia atrás de nuestras peculiares fobias, siendo una de las más características de ellas, la cristianofobia. De ahí el éxito que tiene todo aquello que se utiliza para denigrar al cristianismo de ayer pensando en combatir al cristianismo del presente. Otros, desde las filas de la misma Iglesia prefieren romper con cualquier fidelidad o vínculo emocional hacia el pasado para subrayar que la Iglesia de nuestros días sería el resultado de la metamorfosis que convierte a una institución antaño oscurantista e intolerante en vanguardia de una nueva civilización sincretista y ecuménica.
Entre las muy autorizadas voces, que se han distanciado de la tesis sostenida por Netanyahu, se encuentra el autor de Las razones de la Inquisición española (Una respuesta a la Leyenda Negra).  Comienza el autor preguntándose, lúcidamente:
¿Realmente necesitan de reivindicación sentida o dolida aquellos desdichados que sufrieron injustamente hace siglos, pero que llevan otros tantos siendo rehabilitados por filósofos, historiadores, novelistas y ahora hasta por la misma Iglesia? Y esto en un mundo como el contemporáneo plagado de horrores, en el que hay miles de damnificados por sistemas, injusticias y conflictos tremendamente crueles y a veces olvidados; o en la España democrática en la que las víctimas de nuestro terrorismo o de nuestra intolerancia han de señalarse y hacerse visibles a diario para no quedar arrumbados y preteridos (p.15).
En este contexto irrumpe el profesor Netanyahu con Los orígenes de la Inquisición (Nueva York, 1995):
Prácticamente no hay historia de la Inquisición ni obra que verse sobre algún aspecto del judaísmo español que no recoja la obligada referencia a sus planteamientos. Por lo que respecta al ámbito de la cultura española no puede dejar de señalarse que las posturas de Netanyahu han saltado a los medios de comunicación social, llegando éstos a servir de soporte mediático a tensos debates más propios de congresos especializados o de revistas científicas (p.17).
En contraste con tanto entusiasta acrítico, el gran académico español Antonio Domínguez Ortiz califica de aberrantes unas conclusiones como las de Netanyahu que vinculan la Inquisición a una maquinaria política justificada por razones religiosas, producto de unos odios sociales y racistas que los reyes utilizaron en su provecho.

Para desentrañar el problema comienza García Olmo explicando la trayectoria seguida por los judíos españoles en los reinos cristianos medievales para llegar al debate fundamental: el del criptojudaísmo.
En efecto, dilucidar hasta qué punto es cierta la convicción de que los conversos españoles de los siglos XV y XVI judaizaban —argumento sostenido no sólo por los promotores de la Inquisición y buena parte del pueblo, sino también por diversas escuelas de historiadores contemporáneos, con mayor rotundidad si son judíos—, se ha convertido en piedra de toque del avance de toda investigación posterior (p.35).
Los autores (incluso judíos) que afirman la realidad judaizante otorgan amplio crédito a la razón religiosa que desde el principio dio el sistema inquisitorial de su propia existencia, por el contrario, quienes —desconfiando de las fuentes— niegan o minimizan la sustantividad del criptojudaísmo no ven en la Inquisición otra cosa que designios lucrativos o racistas.

A lo largo de una serie de páginas de densa argumentación y convincente soporte documental, procede Miguel Ángel García Olmo a analizar cuestiones como el propio origen del Santo Oficio entendido a la luz de las fuentes y la limpieza de sangre para llegar a una serie de ponderadas conclusiones en las que queda establecida la existencia de un criptojudaísmo minoritario pero preocupante y la actitud ambigua de los judíos hacia los que habían abandonado su religión: La Inquisición es caracterizada como un tribunal de la fe moderado en su represión y la América hispana como el lugar de aplicación de unos principios basados en los derechos humanos y donde se estrellaron las pretensiones estrechas ligadas a la defensa de la pureza de sangre:
Lejos de instaurar una sociedad guiada por directrices de segregación racial y de exaltación del modelo etnocéntrico, los españoles ‘inventaron’ la sociedad del Nuevo Mundo y en ella pusieron en práctica con considerable éxito la teoría de los derechos humanos que fueron alumbrando entre paso hacia adelante y hacia atrás (p.279)
El autor de esta obra, cuya lectura aprovechamos para recomendar de nuevo, sostiene que el único camino posible de hallar coherencia a la historia de la Inquisición española consiste en olvidar las cíclicas y multiformes teorías conspirativas que se han ido formulando desde el siglo XIX hasta hoy, y volver a leer los textos, testimonios y documentos históricos sin suspicacias ni imágenes preconcebidas (p.277). Un criterio con el que coincidimos plenamente y que, aplicado también a otros campos del estudio de nuestro pasado, hará que los españoles dejemos de colaborar a nuestro propio descrédito colectivo e individual.



Título: Las razones de la Inquisición española (Una respuesta a la Leyenda Negra)
Autor: Miguel Ángel García Olmo Marcial Pons
Editorial: Almuzara, 2009
Páginas: 346
Precio: 23 euros

http://tradiciondigital.es/?p=34147