«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

sábado, 15 de marzo de 2014

Llegado es ahora el día de la salvación

 
En este segundo domingo de Cuaresma leemos en el Evangelio el misterio de la vida de Cristo que conocemos con el nombre de la Transfiguración.
 
Después de anunciar a sus discípulos su pasión y resurrección, «tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz» (Mt 17, 1-2). Los discípulos vieron, por un breve tiempo, un esplendor aún más intenso que la luz del sol, el de la gloria divina de Jesús.
 
Junto a Jesús transfigurado, «aparecieron Moisés y Elías conversando con él» (Mt 17, 3); Moisés y Elías representaban a la Ley y a los Profetas. Moisés, que dio la Ley que había de educar al pueblo para Cristo, nos lo señala: ¡Este es el legislador esperado! Elías, como representante de los Profetas que explicaron la Ley al pueblo y anunciaron al Mesías, anuncia aquí solemnemente: ¡Este es el Salvador prometido! Cristo es «la Palabra de Dios, Palabra  de Dios en la Ley, Palabra de Dios en los Profetas» (San Agustín). De hecho, el Padre mismo proclama: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo» (Mt 17, 5).
«En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración": nuestro bautismo; la Transfiguración "es es sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás, s.th. 3, 45, 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo» (CATIC, nº 556).
Como sabemos, Jesucristo murió por todos; pero no todos se salvan, porque o no le quieren reconocer o no guardan su ley, o no se valen de los medios de santificación que nos dejó. Para salvarnos no basta que Jesucristo haya muerto por nosotros, sino que es necesario aplicar a cada uno el fruto y los méritos de su pasión y muerte, lo que se hace principalmente por medio de los sacramentos instituidos a este fin por el mismo Jesucristo, y como muchos no reciben los sacramentos, o no los reciben bien, por esto hacen para sí mismos inútil la muerte de Jesucristo (Catecismo Mayor, 114-115.). Dios nos comunica la gracia principalmente por medio de los santos sacramentos.
 
Por Sacramento se entiende un signo sensible y eficaz de la gracia, instituido por Jesucristo para santificar nuestras almas. Llamamos a los sacramentos señales sensibles y eficaces de la gracia, porque todos los sacramentos significan, por medio de cosas sensibles, la gracia divina que producen en nuestras almas. Los sacramentos dan siempre la gracia con tal que se reciban con las necesarias disposiciones. (ibid., 527-539).
 
En este santo tiempo de Cuaresma conviene recordar que con las palabras del segundo mandamiento: Confesar los pecados mortales al menos una vez al año, la Iglesia obliga a todos los cristianos que han llegado al uso de razón, a acercarse por lo menos una vez al año al sacramento de la Penitencia para confesar los pecados mortales.
 
El tiempo más oportuno para satisfacer el precepto de la confesión anual es la Cuaresma, según el uso introducido y aprobado de toda la Iglesia. La Iglesia dice: al menos, para darnos a entender su deseo de que nos acerquemos más a menudo a los santos sacramentos. Es utilísimo confesarse a menudo, sobre todo porque es difícil que se confiese bien y esté alejado del pecado mortal quien rara vez se confiesa (ibid. 485-490).
 
Recordemos las palabras de San Pablo: «Hermanos, os exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios. Pues Él mismo dice: Al tiempo oportuno te oí, y en el día de la salvación te di auxilio. Llegado es ahora el tiempo favorable, llegado es ahora el día de la salvación». (II Cor 6, 2). Esta Cuaresma es un tiempo de gracia y una oportunidad de conversión que Dios nos ofrece y que no sabemos si volverá a repetirse. Vivamos este santo tiempo con la preocupación seria de esforzarnos para poner el alma en camino seguro de salvación. Y para ello, nada mejor que poner en práctica la invitación que hemos escuchado en el Evangelio: escuchar la Palabra del Hijo de Dios que nos llama al arrepentimiento y a la confesión de nuestros pecados.
 
Publicado en Tradición Digital