«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

miércoles, 13 de agosto de 2014

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: La penitencia: virtud y sacramento

I. A lo largo de su vida pública, nuestro Señor Jesucristo muestra su misericordia, de modo especial, en su actitud con los pecadores. Vino a salvarnos, a perdonarnos, a traernos la paz y la alegría. Vino a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10) y lo sigue haciendo en nuestros días. Quiso que alcanzasen el perdón cuantos habrían de venir al mundo a lo largo de los siglos.

Para eso dio la potestad de perdonar los pecados a los Apóstoles y a sus sucesores. Prometió a Pedro el poder de perdonar los pecados, cuando este le reconoció como Mesías: «A ti te daré las llaves del reino de los cielos: lo que atares sobre la tierra, estará atado en los cielos, lo que desatares sobre la tierra, estará desatado en los cielos» (Mt 16, 19). Poco tiempo después –como hemos escuchado en el Evangelio de la Misa (Forma ordinaria; Semana XIX TO, Miércoles: Mt 18, 15-20)– extendió esa promesa a los demás Apóstoles: «Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el Cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el Cielo». El anuncio se hizo realidad al instituir el Sacramento de la Penitencia, cuando se apareció a sus discípulos el mismo día de su Resurrección y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados, a quienes se los retuviereis les serán retenidos» (Jn 20, 23). «De estas tan claras y precisas palabras, ha entendido siempre el universal consentimiento de todos los Padres, que se comunicó a los Apóstoles, y a sus legítimos sucesores el poder de perdonar y de retener los pecados al reconciliarse los fieles que han caído en ellos después del Bautismo» (C.Trento, ses. XIV, cap. I).

La institución del Sacramento de la Penitencia expresada tan claramente en estos versículos, obliga a los fieles a manifestar o confesar sus pecados en particular al sacerdote; de otro modo no le sería posible a éste el “perdonar” o “retener” los pecados[1]. La acusación de los pecados es también manifestación inseparable del dolor y propósito de la enmienda sin los cuales no podríamos recibir el Sacramento de la Penitencia. El sacerdote no podría absolver a quien no está arrepentido de su pecado; a los que, pudiendo, se niegan a restituir lo robado; a quienes no se deciden a abandonar la ocasión próxima de pecado; y, en general, a quienes no se proponen seriamente apartarse de los pecados y enmendar su vida. Ellos mismos se excluyen de esta fuente de misericordia.


II. La consideración del sacramento de la Penitencia es inseparable de la reflexión acerca de la penitencia como virtud., pues siendo los actos de esta virtud como la materia del Sacramento de Penitencia, si los fieles antes no entienden bien lo que es la virtud, necesariamente ignorarán el valor del Sacramento.

De ahí que debamos esforzarnos por conseguir la Penitencia interior del alma, que llamamos virtud, pues sin ella, poquísimo nos ha de aprovechar la penitencia exterior. La Penitencia interior es aquella por la cual nos convertimos a Dios de todo corazón, detestando y aborreciendo las culpas cometidas, proponiendo al mismo tiempo firme y resueltamente enmendar la mala vida y perversas costumbres, con esperanza de conseguir el perdón de la misericordia de Dios. (Catecismo Mayor).

Teniendo en cuenta que la virtud de la penitencia se ordena a reparar la injuria personal cometida contra Dios mediante el dolor y el arrepentimiento del pecado, se sigue inmediatamente que sólo pueden poseer la virtud de la penitencia quienes son capaces de pecar y de arrepentirse del pecado. La Virgen María, quien por especial privilegio de Dios, no cometió jamás el más pequeño pecado venial[2] es casi seguro que careciera de esta virtud y, desde luego, no tuvo jamás necesidad de poner en práctica ningún acto de penitencia (Temas de predicación, 47_1). Tampoco pudo recibir el sacramento de la penitencia, puesto que fue instituido por Cristo para el perdón de los pecados y, concebida Inmaculada, María no tuvo jamás la menor sombra de pecado.

Ahora bien, a lo largo de todo el Evangelio resuenan las palabras arrepentíos y haced penitencia. Y los cristianos escuchamos la llamada a la penitencia también como una llamada maternal; como la voz, a la vez dulce y fuerte de la Virgen María, como dirigida personalmente a cada uno de nosotros, que apremia a la conversión del pecador y a reparar el pecado cometido.

a) La primera muestra de esta virtud se manifiesta en elamor a la Confesión frecuente de nuestras culpas actuales y pasadas, que nos lleva a desearla, a prepararla, con contrición verdadera, y a llevar a cabo un eficaz apostolado para acercar a los demás a este sacramento.

b) La virtud de la penitencia ha de estar presente, de alguna manera, en el cumplimiento de los deberes que se nos imponen cada día y en la aceptación de los sufrimientos que Dios permite o nos envía. Debemos, finalmente, practicar las obras de penitencia principales que son el ayuno, la oración y la limosna.

El juicio del sacramento de la Penitencia es, en cierto modo, adelanto y preparación del juicio definitivo, que tendrá lugar al final de la vida. Entonces podremos valorarla gracia y la misericordia divina que nos perdonó tantos pecados. Demos gracias a Dios y pidamos que nunca falten en su Iglesia sacerdotes dispuestos a impartir este sacramento con amor y sabiduría.


[1] «Porque es cierto que estas palabras no se dijeron sino a sólo los Apóstoles, a quienes suceden en este cargo los Sacerdotes. Y esto también es muy conforme a razón. Porque como todas las gracias que se conceden por este Sacramento, se derivan a los miembros de la cabeza que es Cristo; con razón deben administrarle al cuerpo místico de Cristo, que son los fieles, aquellos solos que tienen potestad de consagrar el verdadero Cuerpo, mayormente cuando por ese mismo Sacramento de la Penitencia se preparan y disponen los fieles para recibir la Sagrada Eucaristía» (Catecismo Romano).
[2] Pero siendo este privilegio completamente extrínseco a su condición de criatura humana defectible, muchos teólogos dicen que pudo tener, y tuvo de hecho, la penitencia como virtud infusa (Royo Marín, La Virgen María). «¿En María Santísima hubo Penitencia virtud? Que hubo en cuanto al hábito, porque pudo pecar por ser persona criada; pero no hubo en María Santísima acto de Penitencia, porque no pecó» (Prontuario de la teología moral por Francisco Lárraga, pág. 96).

Ángel David Martín Rubio