«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

domingo, 14 de septiembre de 2014

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: Mirad el Árbol de la Cruz

Smo. Cristo de la Victoria: Serradilla (Cáceres)

I. Celebramos este Domingo 14 de septiembre la fiesta de la Exaltación de la Cruz, día que nos recuerda la veneración con la que la Iglesia mira a la Cruz en la que murió Jesucristo para redimir al mundo con su sangre preciosa. Por eso, la Cruz es adorada y recibe homenajes que a ninguna otra reliquia se tributan. Desde niños aprendemos a hacer el signo de la Cruz en la frente, en los labios y en el pecho, en señal externa de nuestra profesión de fe al tiempo que decimos decimos: Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro. Y en la Liturgia, la Iglesia utiliza el signo de la Cruz en los altares, en el culto, en los edificios sagrados 

Aunque el suplicio de la cruz era el más cruel y afrentoso de todos los que se usaban en el tiempo de Jesús, este instrumento de suplicio se convierte en trono de Gloria por la Pasión de Nuestro Señor. Cruz fiel, tú eres el árbol más noble de todos; ningún otro se te puede comparar en hojas, en flor, en fruto (Himno Crux fidelis).

II. La Primera lectura de la Misa (Num 21, 4-9) nos narra cómo el Señor castigó al Pueblo elegido por murmurar contra Moisés y contra Dios, al experimentar las dificultades del desierto. La serpiente de bronce que Dios ordenó construir a Moisés era signo de Cristo en la Cruz, en quien obtienen la salvación los que creen en Él.

Así lo dice el mismo Jesús en su conversación con Nicodemo, recogida en el Evangelio: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en Él» (Jn 3, 14-15). Desde entonces, el camino de la santidad pasa por la Cruz que da sentido a la enfermedad, el dolor, el fracaso, la mortificación voluntaria...

III.- A veces huimos de la Cruz que se presenta en nuestra vida bajo las formas más diversas. En nuestros labios y en nuestro corazón solamente hay lugar para la rebeldía y las quejas. Pero, al hacerlo, nos alejamos de la misma santidad y, en definitiva, huimos de Cristo al olvidar sus palabras: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16, 24); «Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí» (Mt 10, 38).

En cambio, el amor a la Cruz produce abundantes frutos en el alma.

- En primer lugar, nos lleva a descubrir enseguida a Jesús, que nos sale al encuentro, toma lo más pesado y lo carga sobre sus hombros. Nuestro dolor, asociado al suyo es medio de unión con Dios.

- La Cruz de cada día es una gran oportunidad de purificación, de desprendimiento y de aumento de gloria: «Ahora me gozo en los padecimientos a causa de vosotros, y lo que en mi carne falta de las tribulaciones de Cristo, lo cumplo a favor del Cuerpo suyo que es la Iglesia» (Col 1, 24). Buen ejemplo de esto es San Pedro de Alcántara: «Luego que expiró se apareció á Santa Teresa rodeado de resplandor, y la dijo estas bellas palabras: ¡Oh dichosa, oh dulce penitencia, que me ha merecido tanta gloria!» (Croisset, Año Cristiano).

Hoy podemos examinar nuestra disposición habitual ante la Cruz que se convierte en fuente de purificación y de Vida: ¿Nos quejamos con frecuencia ante las contrariedades, el fracaso o el dolor?¿Nos acercan a Dios o nos separamos de Él por no saber aceptarlas a la luz de la Cruz de Jesucristo?

Para amar la Cruz y recibir cada día sus frutos, invoquemos a Nuestra Señora, al Corazón de Santa María con ánimo y decisión de unirnos a su dolor, en reparación por nuestros pecados y por los de los hombres de todos los tiempos.

Ángel David Martín Rubio