«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

sábado, 20 de septiembre de 2014

ÁNGEL MAESTRO: La sucesión. Un factor clave en la estabilidad del sistema chino


Uno de los problemas más arduos y de difícil solución en los sistemas totalitarios y aún en los autoritarios, ha sido el de la sucesión ordenada en el poder. Aunque podrían citarse varios casos de diferentes países, destacó por la magnitud de la nación donde se desarrollaban y su repercusión en la política mundial el de la hoy extinta Unión Soviética. Así, desde la muerte de Lenin en 1924, conoció una sucesión ininterrumpida de conflictos en la lucha por la preeminencia en el poder, incluso con derivaciones sangrientas y la eliminación física de los rivales. Desde el afianzamiento de Stalin en 1927 con la ejecución posterior de los miembros de la vieja guardia bolchevique y de destacadas figuras del bolchevismo, hasta 1953, año del fallecimiento de Stalin, el poststalinismo estuvo plenamente inmerso en la anormalidad sucesoria. La ejecución de Beria, el ascenso de Jruschov, la “purga” desatada por este contra el grupo “antipartido” de Molotov, Malenkov, Kaganovich, Mikoyan, etc., la posterior caída de Jruschov, y el ascenso de Breznev. La crítica desatada contra el mandato de este último tras su muerte por la política de Andropov, la breve etapa Chernenko, y por fín la desastrosa y calamitosa experiencia del “bluff” Gorbachov que condujo a la desintegración de la URSS, pusieron de relieve desde una perspectiva histórica la magnitud del problema sucesorio en los sistemas totalitarios.

En un análisis politológico razonado y objetivo, a la China del año 2014 no podría calificársela de sistema totalitario puro. Si el totalitarismo significa la plena absorción de la sociedad política por el Estado, resulta evidente que la China de hoy no está inmersa en tal concepción. La nación china no está sujeta a postulados como la primacía ideológica de la lucha de clases, se encuentra de lleno en una plena reforma económica, abiertas sus puertas al mundo exterior y se ha salvado a la nación de la pobreza y al Partido Comunista Chino, PCCh, del colapso al que estuvo abocado tras el fin del convulso periodo maoísta. Un hecho innegable ha sido el de la mejora de la economía del pueblo chino, siguiendo las instrucciones de la política de Deng Xiaoping tanto en vida como tras su fallecimiento,por los nuevos dirigentes chinos. Altas personalidades chinas han reconocido que antes de las reformas radicales de Deng, el socialismo tuvo grandes errores.

En un régimen totalitario puro como fueron el estalinismo o el maoísmo no solo no serían admisibles sino condenatorias, las políticas de aprovechar las oportunidades y tomar las decisiones a tiempo, y mucho menos las de no bastar quedarse satisfecho con el sistema político estable que se ha conseguido, sino la aplicación de esa máxima de Deng de”Lo más importante es la velocidad en el crecimiento económico”.

El sistema político chino hoy es una versión con modalidades específicas propias del Partido-Estado en la que el partido controla, con pequeñas aperturas, toda la actividad política, pero el enorme crecimiento de la actividad económica privada está afectando profundamente a la sociedad china, originando situaciones hasta ahora desconocidas como la desigualdad en los ingresos, las diferencias entre las regiones costeras y zonas económicas especiales comparadas con regiones interiores, que obligan al gobierno a acelerar los cambios en el modelo de desarrollo económico insistiendo en una de las premisas fundamentales del régimen, la del socialismo con características chinas. El perfeccionamiento del peculiar sistema de economía de mercado impulsando la reforma con reajustes estratégicos, y no parciales, de la estructura económica, la lucha contra la corrupción mediante la prevención y el castigo, que está alcanzando niveles desconocidos llegando incluso a los máximos órganos de poder, lo que era impensable hace sólo unos años.

La eliminación de la incertidumbre y la restauración de la confianza en la sociedad y en el partido fueron aportaciones fundamentales de la obra de Deng, así como su máxima de buscar la verdad en los hechos. La política de que la práctica debía ser el único criterio de la verdad ha ido dando sus frutos a través de los dirigentes de las sucesivas generaciones que han ido sucediendo a Deng. Al acabar con la lucha de clases, concepto tan caro al maoísmo, se dio un respiro a la sociedad y de manera decisiva se eliminó las infamantes etiquetas de “terrateniente”,”burgués”, “contrarevolucionario”, “derechista”, etc. Esa supresión de términos condenatorios tranquilizó al pueblo y al partido.

La reforma parece estar superando o en trance de hacerlo, el camino de la apertura económica con control político, logro indiscutible del sistema que parece evolucionar de forma pausada pero continua hacia un sistema autoritario duro, pero ya no totalitario en su acepción plena. Si se cumplen, aunque no sean en su totalidad, los objetivos de la reforma, la sociedad y la política van a entrar en un período de verdadera transición en el que las tareas a superar son arduas: política, economía, desigualdades sociales, provinciales, regionales, etc.

La teoría de búsqueda de la verdad en los hechos parece ser una constante, y de resultados positivos en las distintas generaciones post Deng. Deng ha sido el último hombre fuerte del PCCh, su estatus como parte de la generación revolucionaria fue una precondición para poder ser una figura dominante indiscutible, pero los dirigentes posteriores bien fuesen Jiang Zemin, Hu Jintao, y hoy Xi Jinping, son líderes respetados y reconocidos, más no poseen esas características de Deng. Esa condición ya no la tiene nadie, y la muerte de Deng marcó el fin de una era revolucionaria en la historia de China. Los dirigentes de la quinta generación aupada al poder tras el XVIII Congreso del PCCh, como antes los de la cuarta, lo saben bien y conocedores de su época resulta innegable que su política ha hecho mejorar la economía y la vida del pueblo chino. La política económica y la enorme apertura al exterior, no es que vaya, sino que ya ha conseguido la transformación en tres décadas del pueblo chino, pasando de ser “hormigas azules” a seres de carne y hueso que saben gozar de la vida.

El torbellino de la política seguirá desarrollándose a puerta cerrada- como ocurre con mayor o menor hipocresía en bastantes de los sistemas partitocráticos -que no democráticos occidentales-, pero con una constante en las líneas generales que aseguran la estabilidad. Y es, a diferencia de las partitocracias occidentales, la alta probabilidad en la seguridad de la sucesión lo que permite afrontar el futuro y sus riesgos con esa perspectiva estable y sin golpes bruscos de cambios de rumbo en la dirección.

La sucesión


Hacer futurología sobre la política china en general puede conducir a los sinólogos a caer en los mismos errores cometidos por los sovietólogos de antaño. Hay que proceder de modo sumamente cauto y no especular con fantasías o con los deseos personales de ver cumplidas las profecías de pretendidos expertos confundiéndolas con la realidad. Lo que si es un hecho y una guía para el futuro del PCCh, y por tanto de China, es el estudio de las sucesivas generaciones para poder siquiera vislumbrar un atisbo de futuro de sus dirigentes. Se debe proceder de modo sumamente cauto y no especular con fantasías o con los deseos personales de ver cumplidas las profecías de pretendidos expertos confundiéndolas con la realidad. Más lo que si es un hecho y una guía para el futuro del PCCh y por tanto de China, es el estudio de las sucesivas eneraciones para poder siquiera vislumbrar un atisbo de futuro de sus dirigentes.

Cualquier estudioso o simplemente conocedor del tema, sabe que existe un sistema de fácil comprensión para conocer las diferentes etapas en la sucesión del poder a través del tiempo : es el de las generaciones. La primera generación fue la de Mao, la segunda la de Deng, aunque de hecho tanto Mao como Deng pertenecieron a la misma generación política que ocupó el poder. Pero Deng fue sin duda el reformador y artífice de la nueva China, en la que se desarrolló la economía de demercado compatibilizándola con el control político del Estado por el partido. En China conviven el PCCh y el sector privado y es cierto que a veces resulta difícil la distinción entre lo público y lo privado. Deng fue un decidido alentador en la búsqueda de nuevos cuadros jóvenes para su promoción futura, primero en niveles de grandes municipios, o provinciales y regionales, para llegar posteriormente a lo más alto aún simultaneando esos puestos regionales en algunos casos, a losque consideramos son los cinco escalones supremos de la cúspide : miembro suplente del Comité Central, miembro titular del mismo, miembro suplente del Politburó, miembro titular del Politburó, y por fín el “sancta sanctorum”, componente de la Comisión Permanente del Politburó. Es el aseguramiento de la estabilidad política través de la sucesión ordenada en el partido.

La Tercera generación fue la de Jiang Zemin, a la que sucedió ordenadamente y sin traumas la Cuarta generación, de la que fue cabeza Hu Jintao, político este caracterizado por su sensatez. Los relevos entre generaciones se producen sin sobresaltos, aunque existan las luchas por la influencia en situar a las diferentes facciones, lógicas e inherentes a la condición humana .Dos años antes del XVIII Congreso y antes de producirse el relevo de la Cuarta Generación, dirigentes de la Quinta como Xi Jinping y Li Keqiang, se fueron incorporando a las altas instancias del poder, simultaneándose de modo paulatino.

El ascenso de los representantes de las nuevas generaciones no se produjo de forma abrupta, rompiendo bruscamente con la que va a cesar, sino que se realiza de dicha forma paulatina. 

No se trata todavía, aunque se preconiza para el futuro, de la elección de los cuadros por las bases –lo que si se experimenta ya en algún nivel-,sino en general desde arriba hacia abajo. ¿Y es que no ocurre lo mismo de modo hipócrita entre las castas políticas de las partitocracias occidentales que se rasgan las vestiduras al opinar sobre el sistema chino?

Ese relevo organizado de las generaciones, obra de Deng Xiaoping sin el que no puede comprenderse a la China de hoy, ha conseguido lo que da título a este estudio, la estabilidad del sistema. En los regímenes comunistas fue habitual, y hay ejemplos sobrados, que tras la llegada de un nuevo líder, bien fuese por fallecimiento o destitución del anterior, se produjese la condena de este. El caso chino representa algo distinto, pues desde el ascenso al poder de la tercera generación, esa sucesión ordenada ha marcado el relevo sin sobresaltos, confiriendo una confianza en el sistema que afecta a la sociedad toda, y naturalmente a sus repercusiones económicas y a su proyección internacional de gran potencia.

Así parece que cuando dentro de unos años, se piensa a largo plazo, se incorpore la Sexta generación, incluso con su posible dirigente Hu Chunhua, esa estabilidad permanecerá como factor fundamental, aunque esto sería adentrarnos en los riesgos de lo futurible.

Existen diferencias sumamente considerables entre el culto a la personalidad con peculiaridades estalinianas que existió hacia Mao, y la línea seguida por el actual equipo dirigente del PCCh; en este último sobresale una particularidad fundamental, la de un muy destacado pragmatismo. La característica principal del equipo actual dirigido por Xi Jinping y Li Keqiang –y también de los de la etapa anterior de Hu Jintao– ha sido la continuidad en la estabilidad, sin aventuras ni saltos peligrosos, ni retrocesos, en las líneas maestras trazadas por Deng Xiaoping. Para nuestra opinión, esa estabilidad en la dirección del partido y de la nación constituye la piedra angular de la política china.

Diferentes estudiosos del tema sostienen que desde aproximadamente unos dos años antes del XVI Congreso del PCCh las decisiones acerca de la sucesión fueron realizándose de forma continuada y progresiva por consenso, y una vez que las distintas fuerzas llegaban a un acuerdo, y salvo casos excepcionales, la sucesión estaba aprobada. Unos dos meses antes de la apertura del Congreso, la composición de la mayoría del máximo órgano de poder, la Comisión Permanente del Politburó ya había sido acordada. El ascenso al poder de los nuevos miembros así como el traspaso de funciones desde el anterior liderazgo se produjo sin sobresaltos y asegurando ya una continuidad en la normalidad para el futuro.

Lo que históricamente si es un hecho cierto es que los líderes surgidos de los Congresos XVI, XVII y XVIII han sido herederos de las líneas de Deng y frente a los tradicionales dirigentes de los sistemas similares han elaborado la fórmula de una dirección colegiada y un dirigente “primus inter pares”.

En el XVIII Congreso, el ascenso al poder, tanto en el Politburó como en la Comisión Permanente-reducida esta de nueve miembros a siete con una mayor concentración de poder- de forma ordenada y dentro de la programación planeada puso de relieve el éxito en la cuidadosa selección de los miembros del partido desde la promoción en niveles municipales, provinciales, regionales hasta los más altos puestos.

Se ha impuesto un realismo puesto en evidencia incluso ante los posibles logros del futuro, práctica no habitual en los regímenes comunistas históricamente donde todo quedaba explicado ante el porvenir que nunca llegaba, pero que justificaba cualquier arbitrariedad y castigo sobre la población so pretexto de ese hipotético futuro.

Hay que insistir en el hecho (si, hecho y no proyecto) de la sucesión ordenada en la cúpula del poder chino, y en lo que ello ha representado de forma inédita en la historia de los sistemas totalitarios (China, la Unión Soviética, los países de la Europa del Este) con trágicas consecuencias,y aún en los autoritarios. Se han producido hechos innegables en el sentido de la estabilidad en la sucesión como la retirada de Jiang Zemin, y su sucesión por los dirigentes previamente escogidos. A Jiang le sucede Hu Jintao, anunciando ambos, Jiang y Hu, previamente su retirada a plazo fijo y a este último una vez transcurrido su mandato, la llegada prevista de Xi Jinping.A pesar de que el PCCh guarda celosamente y en secreto todo lo relativo a sus asuntos internos, podemos citar que ningún dirigente haya aceptado un nuevo período en el Politburó al cumplir setenta años de edad, y como los componentes de los nuevos Politburó, elegidos entre las diferentes corrientes,lo hayan sido todos por consenso. El respeto a las reglas de juego establecidas a pesar de los intereses de las distintas facciones ha constituido una realidad en tres factores claves cual es la edad de retiro, el consenso y los méritos en el currículo. Todo ello de modo regular y sin sobresaltos, pero siempre sin perder el partido el control económico y político, aunque se haya producido una profunda transformación del mismo, de partido revolucionario a partido gobernante sin sobresaltos.El equipo dirigente tras el XVIII Congreso no sólo parece quedarse satisfecho con el ambiente político estable conseguido, sino que quiere aumentar la velocidad en un crecimiento económico con mayor armonía.

Al tratar del relevo en las generaciones, los pretendidos expertos en asuntos chinos quieren ver siempre dos clases de dirigentes o facciones enfrentadas: una línea reformista y otra conservadora. Sin embargo, del análisis riguroso entre los componentes de los sucesivos altos cuadros del PCCh no puede deducirse la existencia de unos “reformistas liberales” enfrentados a unos “conservadores de línea dura”. Si estudiamos a los dirigentes de las generaciones tercera, cuarta y quinta, podemos observar que sólo existen diferentes modos de actuación acoplados a las circunstancias para la consecución de unos fines: la edificación de una sociedad modestamente acomodada, del socialismo con características chinas, la mejora del nivel de vida de la población, la profundización en las reformas necesarias, la decidida lucha contra el mal que representa la corrupción en el partido y el gobierno, corregir los errores, y el orgullo legítimo de la consideración creciente de China como gran potencia.

Dentro de las generaciones citadas, ha habido discrepancias; se ha afirmado por parte de algunos comentaristas que la clase política china, como la del resto del mundo, ha querido distanciarse de sus predecesores, más no han existido diferencias no ya insalvables, sino siquiera gravemente enfrentadas respecto a la sucesión y las políticas a seguir. Es cierto que unos preconizan la reducción de empresas estatales e implantar modos de producción más eficaces, como parece ser la tendencia dominante en la quinta generación; otros sostienen que el Estado debe seguir manteniendo un papel primordial en aspectos claves de la economía. En general, la calidad de los hombres que ocupan los centenares de puestos directivos del partido es en estos momentos es bastante alta, antitética con las aberraciones y caóticos tiempos de épocas pretéritas.

Pero tanto los defensores de una u otra tendencia consideran que el PCCh debe contrarrestar las influencias negativas de la globalización. Algunos creen que una política eficaz debe aplicar restricciones ideológicas con el objeto de prever cualquier amenaza al poder del partido. Otros, y de nuevo parece esa tendencia de la quinta generación, consideran que, eso sí dentro de un orden vigilado y controlado, el partido estaría mejor informado y sus cuadros directores mejor enterados si se tolerase una mayor libertad de expresión, más siempre dentro de unos límites establecidos fuera de los cuales no se permitiría ninguna aventura.

La liberalización en el control de los medios informativos y la creación de un poder judicial independiente no parecen figurar no ya entre las prioridades de los dirigentes del partido, sino tampoco entre las del pueblo; más bien responden a la visión de la China que políticos y comunicadores occidentales anhelan. Esa visión utópica de un poder judicial independiente parece hoy lejana de la realidad, mientras que al actual sistema de dependencia de la supervisión interna del gobierno y del partido puede prevérsele un largo futuro. Con las correcciones que se quiera, con el mayor y decidido esfuerzo contra la corrupción, señalando los errores del partido, etc., pero la implantación de la sacralizada democracia pluripartidista occidental no figura en la mente de la élite gobernante china de cualquiera de las distintas generaciones.

Para frustración de tantos utópicos, el cambio total del sistema al estilo partitocrático occidental no se va a producir ni entra siquiera en los propósitos de los gobernantes chinos, pero tampoco del pueblo que no puede añorar algo que desconoce. El viajero del siglo XVIII que se desplazaba en diligencia no podía sentir nostalgia del ferrocarril, por la sencilla razón de que no existía. No se puede añorar lo que no se conoce. Una inmensa y abrumadora mayoría de los chinos informados considera que el multipartidismo es una utopía para su nación, por lo que el control de la sociedad china por el PCCh parece largo y dilatado.

China desde el punto de vista social, territorial y lingüístico es una nación sumamente compleja, imposible de interpretar con parámetros occidentales. Los chinos son conscientes de dicha complejidad y que a consecuencia de la misma necesitan un poder político fuerte tanto en el interior como en el exterior. La gran masa del pueblo, hoy, aunque de forma todavía insuficiente, ha visto mejorar la economía y se está beneficiando de la reforma. El actual dirigente Xi Jinping insiste continuamente en la necesidad de la reforma manifestando que China necesita mayor profundidad y valentía en la aplicación de la misma. Aunque se critiquen diferentes aspectos del partido como la corrupción y la carestía de la vida en las grandes ciudades, la gran mayoría de la población es consciente de la necesidad de un poder político fuerte y que inspire respeto, porque de lo contrario China iría hacia el caos.

Algunos periodistas de grandes medios informativos y también ciertos analistas occidentales, no quieren contemplar la realidad, ven las cosas no como son sino como ellos quisieran que fuesen. Su dogmatismo, ayuno de toda objetividad, les hace incapaces de comprender que dentro de China el sistema imperante tan distinto a los regímenes partitocráticos occidentales, no constituye ninguna fuente de preocupación sino por el contrario motivo de orgullo. La mentalidad china actual exhibe incluso con ínfulas que el modelo occidental no es el único camino hacia la modernidad. El mundo chino no tiene porqué seguir necesariamente los pasos y la mentalidad de Occidente y la sacralización de la democracia partitocrática. ¿Alguna vez comprenderán los dirigentes y comunicadores occidentales que a pesar de sus deseos el sistema chino quiere funcionar con sus propias reglas y mentalidad y no con un denominador común ajeno a ese racionalismo?
Ángel Maestro