«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

domingo, 5 de octubre de 2014

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: La viña del Señor de los Ejércitos

Evangelio Dominical


I. De nuevo, las lecturas de este Domingo (XXVII del Tiempo Ordinario; Ciclo A) nos presentan la imagen de una viña: tanto la primera lectura del Profeta Isaías (Is 5, 1-7) como la parábola de Jesús en el Evangelio (Mt 21, 33-43). En los dos casos, se trata de una viña que es amada y cuidada, pero que no produce los frutos que se esperaban de ella haciendo inútiles los cuidados que le prodigó el amo o bien, éste se ve defraudado por los viñadores homicidas que no le entregaron el producto de la tierra y mataron a su hijo para apoderarse del terreno.

«La viña del Señor de los Ejércitos es la casa de Israel» (Is 5, 7). El pueblo elegido es la viña predilecta del Señor. La aplicación a la vida del cristiano es fácil de hacer: Dios ofrece al hombre múltiples dones (la vida, la fe, familia, una vocación a una forma concreta de vida…) y espera por parte del hombre una respuesta, espera frutos de santidad, espera que el hombre se transforme interiormente y dé frutos apostólicos para el bien de los demás.

Injertado en Cristo por el bautismo, el cristiano tiene que producir frutos de vida eterna. «Esta parábola nos enseña también a nosotros que el privilegio del don de Dios no se entrega sin grandísima responsabilidad» (Mons. Straubinger, v. 34ss).

II. A la luz de esta enseñanza, hoy podemos reflexionar sobre el tiempo y los dones que Dios nos ha concedido en la vida.

A veces, puede ocurrirnos que pase el tiempo de nuestra vida y sean escasos los frutos que hemos dado para el bien de la Iglesia y de los demás. ¿Hemos aprovechado con inteligencia y voluntad los talentos recibidos? ¿O hemos dejado pasar el tiempo, distraídos y pensando en nosotros mismos?

El tiempo sigue pasando y, aunque hay posibilidad de conversión y de cambio mientras la vida dura, no sabemos de cuánto tiempo más vamos a disponer. No esperemos a mañana porque no sabemos si vendrá. Dios espera mucho de nosotros, somos su viña y Él se alegra y es glorificado cuando producimos frutos de calidad y en abundancia.

III. Los frutos están en relación con la docilidad a la acción de Dios. Para dar fruto es necesario ser fieles a la voluntad de Dios y a su plan sobre nosotros. Cada uno tiene su propia vocación y ha sido colocado en un lugar preciso con una misión personal e intransferible. El éxito de la fecundidad espiritual radica en la obediencia al plan de Dios y para conseguir esto es necesario identificarse con Cristo obediente que sufre y ofrece su vida en rescate por nosotros. 

La parábola que hemos escuchado tiene un lado dramático: los viñadores homicidas y un lado luminoso: el desenlace salvador: «La piedra que desecharon… es ahora la piedra angular». (v. 42) «Admonición tremenda para los “gentiles” llamados a la salud mesiánica, es decir, para nosotros. Israel es el olivo de cuya raíz creció el cristianismo, y los gentiles son el olivo silvestre injertado en él. Adoremos la bondad de Dios que, entre tantos, nos ha elegido para hacernos herederos de las más preciosas riquezas (Ef 2, 11ss) en el Misterio de Cristo Jesús, y miembros vivos de su Cuerpo místico» (Mons Straubinger, Rom 11, 17ss).

Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del Reino de Dios (S. León Magno, serm. 21, 2-3). 

Reconociendo en la fe nuestra nueva dignidad, los cristianos somos llamados a llevar en adelante una "vida digna del Evangelio de Cristo" (Flp 1,27). Por los sacramentos y la oración recibimos la gracia de Cristo y los dones de su Espíritu que nos capacitan para ello.

Incorporados a Cristo por el bautismo (cf Rom 6,5), los cristianos están "muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rom 6,11), participando así en la vida del Resucitado (cf Col 2,12). Siguiendo a Cristo y en unión con él (cf Jn 15,5), los cristianos pueden ser "imitadores de Dios, como hijos queridos y vivir en el amor" (Ef 5,1), conformando sus pensamientos, sus palabras y sus acciones con "los sentimientos que tuvo Cristo" (Flp 2,5) y siguiendo sus ejemplos (cf Jn 13,12-16) (CATIC, 1694).

Acudamos a los méritos y a la intercesión de la Virgen María para que nos enseñe a vivir cada día en obediencia a la voluntad de Dios sobre nosotros y dando muchos frutos para la vida eterna.

Ángel David Martín Rubio