«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

lunes, 6 de octubre de 2014

GABRIEL GARCÍA: Cine subversivo

Hoy el arte está al servicio de la sociedad de consumo. Este totalitarismo comercial desecha las ideas creativas en beneficio del entretenimiento y del dinero; de ese modo, la pintura se convierte en un negocio de horteras con aire de “intelectuales” y el cine pasa a ser una alternativa para evadirse de la realidad porque ya no se lleva eso de ver películas que hagan pensar al espectador. Aunque, en ocasiones, Hollywood nos sorprende algunas veces con películas que proponen revoluciones (y muy violentas). Quienes aceptan como verdad absoluta todo lo que dicen en la televisión usan estas películas para justificar por qué no creen en conspiraciones o en poderes ocultos.

¿Por qué van a difundir una película sobre una revolución si los gobiernos lo controlan todo y supuestamente no hay libertad?”, parece decirnos el crédulo que sigue creyendo en la democracia con la misma fe inocente de los niños que esperan los regalos de los Reyes Magos cada seis de enero. Por desgracia para el crédulo, el mundo abarca muchísimo más allá de las noticias del telediario o de lo que pueda leer en los portales de internet o en la prensa escrita. 


Últimamente parecen algo más ausentes, pero hace años era habitual ver videos en Youtube sobre los hacktivistas de Anonymous. El símbolo que identificaba a esta gente era la máscara de Guy Fawkes, un católico que a comienzos del siglo XVII participó en un plan para dinamitar el Parlamento de Londres (la Conspiración de la Pólvora). Curiosamente, la máscara de Fawkes se popularizó a raíz de la película V de Vendetta (2006), inspirada en un comic con claras tendencias anarquistas. Pero lo interesante de esto es el contenido de la película: V de Vendetta muestra una futura sociedad británica donde un partido conservador radicalizado (es decir, el tópico habitual sobre las dictaduras) gobierna dictatorialmente hasta que un antiguo preso, víctima de experimentos científicos, asesina a quienes crearon un virus para atemorizar a la población y provoca una revuelta popular que incluye la explosión del Parlamento Británico.

A simple vista parece que los productores de la película están tirando piedras contra su propio tejado, es decir, contra el sistema político que permite la difusión de sus trabajos. Pero, visionando la película, nos encontramos con tertulianos que fomentan el odio hacia homosexuales e islámicos y con obispos pedófilos con la complicidad de las corruptas autoridades “fascistas”; estos personajes, enemigos del justiciero de la máscara de Fawkes y devotos del régimen dictatorial, son caricaturas de lo que un progre medio llamaría “retrógrados”.

Nada nuevo. A Hollywood no le preocupa que una película adule al “pueblo” y diga que el gobierno de turno debe temerle, pero a cambio tiene que figurar alguno de los tópicos ideológicos habituales sobre los que se sostiene la “moral” (por llamarlo de alguna manera) de Occidente. ¿O es que alguien creía que la explosión de un parlamento saldría en el cine sin exigir algo a cambio?

También me llama poderosamente la atención que en el cine americano se siga insistiendo en la peligrosa y omnipotente amenaza del “fascismo” derrotado en 1945 y no haya referencias explícitas al comunismo que gobernó la mitad del mundo durante medio siglo hasta hace bien poco. ¿Será ése el trauma de los financiadores sionistas, que irremediablemente vuelcan en las películas sus frustraciones y fobias y nos obligan al resto a asimilarlas como propias? Porque lo normal es que todos los años, independientemente del género en cuestión, salga una película taquillera y muy promocionada que se ambiente en la Alemania nacionalsocialista.

Algo anterior a V de Vendetta fue El Club de la Lucha (1999). Antes de que Brad Pitt se convirtiera en un afamado actor que pasea a su prole adoptada y multirracial junto a su señora para entusiasmo de los progres de todo el orbe, hay que reconocer que hacía buenas películas (poco antes había trabajado en Siete años en el Tíbet, donde interpreta al escalador austriaco Heinrich Harrer, quien vivió toda una odisea en la India y en el Tíbet durante la Segunda Guerra Mundial). En El Club de la Lucha compartió protagonismo con Edward Norton (también mundialmente conocido por su papel en American History X, una película de culto para demócratas y antifascistas por cómo muestra al neonazismo en la sociedad norteamericana).

En esta película, Edward Norton es el empleado de una compañía automovilística que sufre insomnio y sólo consigue dormir tras escuchar los testimonios de enfermos terminales. Un día, en un avión, conoce al personaje interpretado por Brad Pitt y terminan fundando un grupo clandestino de lucha libre que gana adeptos en todo el país y se propone hacer explotar los bancos para eliminar las deudas y devolver al hombre a la época primitiva.

A simple vista parece una película muy subversiva. Incluso podemos emocionarnos con las arengas de Brad Pitt a sus seguidores (aunque hoy, viéndole vivir de su papel de estrella del cine que destaca más por los regalos que hace a su esposa que de su trabajo, cueste tomarle en serio). Pero llega un momento en el que el nihilismo del que hace gala el personaje no es, ni más ni menos, que el de la filosofía de Nietzsche (y cualquiera que sepa un poco de qué va esa filosofía sabe que Nietzsche y la moral cristiana son antagónicos). Por eso Hollywood puede permitirse el lujo de lanzar al mercado una película donde los protagonistas planean explotar los bancos (es más, al final termina con una de esas explosiones precisamente); si el fin es la simple destrucción y ésta no fomentará ningún cambio radical en lo moral (la subversión más peligrosa de todas y lo que termina diferenciando a una revolución de otra), ¿qué peligro tiene poner esas ideas a disposición de tanta gente?

Pero en algunas ocasiones sí salen películas que proponen temas morales que, de ser incompatibles con la “moral” vigente, no sufren la censura sino la crítica feroz (que, en el mundo actual, puede ser más efectiva que la propia censura). Recuerdo la crítica por excelencia a Encontrarás dragones (2011), la película dirigida por Roland Joffré y basada en la vida de José María Escrivá de Balaguer durante la Guerra Civil Española, sobre la “apología” que hacía del fundador del Opus Dei. Eso sí, no recuerdo haber escuchado quejas sobre la apología de Ernesto “Ché” Guevara cuando su vida se ha llevado al cine.

Otro que también recibió muchas críticas por sus trabajos fue Mel Gibson. Los sionistas pusieron el grito en el cielo cuando estrenó La Pasión de Cristo (2004) y le han tachado varias veces de “antisemita” (término con el que sentencian a todo el que se opone a sus intereses). Alguno se indignó con Apocalypto (2006) por pasarse por el forro el “mito del buen salvaje” y mostrar a los mayas realizando sacrificios humanos (Mel Gibsón cometió la “osadía” de sacar como salvajes a los pueblos indígenas y no a los blancos españoles que llegan al final de la película). Pero, como actor, hay una interpretación de Mel Gibson que probablemente no se ha valorado como debería: en Señales (2002) interpreta a un reverendo protestante que ha perdido la fe en Dios tras la muerte de su esposa y que tiene que sobrevivir a una invasión alienígena junto a su familia; y, aunque parezca un argumento estúpido, en la película hay momentos que dan qué pensar sobre la intervención de Dios en la vida del hombre.

¿Es posible hablar hoy de un cine “subversivo”? Diría que no. Podemos hablar de contenidos violentos e incluso golpistas, pero nada más. Como mucho, lo más hostil que encontraremos al orden vigente en la gran pantalla serán cuestiones religiosas que en ningún momento pondrán en peligro la estructura del Sistema, ya que su difusión será ocultada, injuriada o limitada a pequeños grupos. Mientras tanto, Hollywood seguirá ofreciendo el mismo producto comercial, violento y predecible a las masas, sólo que reconstruido con nuevos efectos especiales y sin mostrar nada nuevo al mundo: la imaginación es otra de las víctimas mortales de la época presente.
Gabriel García Hernández