Los católicos españoles nos disponemos a celebrar la Semana Santa de
un año que ha transcurrido bajo el signo de las más graves agresiones
laicistas ocurridas desde el ciclo de 1931-1939. Además, a lo largo de
estos últimos meses ha continuado la obra descristianizadora promovida
desde el Gobierno y seguimos viviendo bajo los efectos de una crisis
económica agravada por la falta de serias reformas que eviten la
reiteración de efectos similares en el futuro y por la definitiva
demolición del Estado social de derecho que habíamos heredado.
1.-
Las reiteradas blasfemias en público, las profanaciones y los ataques a
la religión católica desde medios de comunicación y otras instancias,
han ido acompañadas en los últimos meses de ataques violentos.
Probablemente la más simbólica de todas ellas fue la bomba activada en
la Basílica de Nuestra Señora del Pilar por un grupo terrorista.
Agresiones como la sufrida por el cardenal Rouco Varela o los asistentes
a diversos actos religiosos, profanaciones de imágenes y cementerios,
insultos, pintadas… hasta el intento de quemar una iglesia en Sevilla,
van formando parte de la crónica cotidiana sin que estos hechos hayan
merecido apenas atención por parte del Gobierno. Es más, se tiende a
repartir las responsabilidades por la violencia entre la extrema
izquierda y… la extrema derecha. Sin explicarnos, eso sí, qué acciones
justifican el paralelismo.
2.- La nefasta gestión del zapaterismo
ha sido reemplazada por la falta absoluta de voluntad por parte del
Partido Popular para rectificar la obra de los sucesivos gobiernos que
se han sucedido desde 1978. Fue entones, con la Constitución de 1978 y
sus consecuencias, cuando se implantó un modelo político carente de
cualquier referencia moral objetiva y que, en la práctica ha degenerado
en verdadero laicismo. La presencia de dirigentes peperos en las
reivindicaciones abortistas o la nueva ley proyectada al respecto, y
momentáneamente paralizada por intereses electorales, nos dispensan de
mayores precisiones al respecto.
Los católicos españoles siguen
optando masivamente por los llamados “partidos mayoritarios”, fieles a
las consignas que desde instancias eclesiásticas oficiales se les han
hecho llegar desde 1977 y a la demoledora táctica de apoyo al mal menor
(que el pensamiento tradicional español ya en el siglo XIX definió, en
realidad, como el mayor de los males). De esta manera, sedicentes
católicos respaldan desde las urnas a sucesivos gobiernos que implantan y
consolidan desde el poder el laicismo más agresivo. Porque en la
progresiva deriva del sistema hacia la izquierda, lo que hoy se
considera mal menor, era el mal mayor hace pocos años. Y lo que
inicialmente se consideraba “mal menor” se acaba asumiendo como algo
válido frente a algo aún peor. Valga como ejemplo la aludida legislación
despenalizadora del aborto y las sucesivas posturas ante el mismo del
Partido Popular.
3.- La crisis económica que padecemos ya desde
hace demasiados años no es sino una más de las que se vienen sucediendo
sistemáticamente desde el cambio de modelo socio-económico iniciado en
la Transición. Desde entonces se están difuminando progresivamente las
clases medias, el más firme puntal de una sociedad moderna, al ser
imposible o tener un costo inaccesible para la mayoría el ahorro, el
acceso a la vivienda, la gestión de las pequeñas empresas, la
estabilidad en el puesto de trabajo, la formación de una familia en los
primeros años de la madurez… Las elevadísimas cifras de paro vienen a
consolidar un modelo en el que se cierran definitivamente las puertas a
las generaciones más jóvenes.
Con razón se ha dicho que durante
esta crisis, las familias han actuado como elemento de cohesión social.
También se ha puesto de relieve la fortaleza del núcleo familiar en
España, a diferencia de otros países de nuestro entorno, y a pesar de
las desfavorables intervenciones legislativas de los sucesivos Gobiernos
“democráticos” y del notable deterioro de los valores morales propios
de la familia. Pero, al hacerlo, conviene recordar que dichas familias
han pivotado, sobre todo, en torno a las generaciones de mayor edad,
esos magníficos abuelos, que fueron los niños de nuestra posguerra, y
que ahora revalidan esfuerzos y sacrificios para sacar adelante a sus
nietos sin contar, en muchas ocasiones, con el respaldo de la generación
intermedia, irreversiblemente afectada ya por la sistemática demolición
de la familia emprendida desde los grupos de poder.
El panorama
se completa con una Iglesia sometida a una verdadera auto-demolición de
su identidad y en estado de cuestionamiento de sus fundamentos
doctrinales más profundos. La jaleada revisión de la difícil situación
provocada por las rupturas matrimoniales y las uniones irregulares se
está utilizando no solamente para modificar prácticas disciplinares sino
para cuestionar los principios teológicos y morales que las sustentan.
Además, en el caso de España, la cómoda instalación de las instancias
oficiales de la Iglesia, apenas deja espacio más que para la denuncia
formal y verbal de algunos excesos.
Ante Caifás, Cristo proclama la verdad religiosa (“
Te ordeno en el nombre del Dios viviente que nos digas si eres el Cristo, el Hijo de Dios. Tú lo has dicho, respondió Jesús”: Mt 26, 63-64) y ante Pilato sostuvo la verdad política (“
Le preguntó entonces Pilato: ¿Así que tú eres rey? Jesús le contestó: Tú lo has dicho: soy rey”: Jn 18, 37). Las dos verdades le llevaran a la Cruz. “
No tenemos más rey que al César”
(Jn 19, 15). Las autoridades judías en la ceguera de su incredulidad
acaban reconociendo al emperador romano un poder político exclusivo con
tal de rechazar la realeza de Jesús y de acabar con Él. Al igual que
ellos, la mayoría de los católicos han renunciado a la verdad religiosa y
han perdido, así, también la verdad política.
Los católicos
españoles (como ocurre en otros ámbitos de nuestro entorno
socio-cultural) han acabado por aceptar los antivalores impuestos por la
Revolución Francesa (y su antecedente norteamericano) que conllevan una
consideración sumisa y acrítica respecto a la civilización moderna en
la que se integran, generalmente, bajo el amparo de las formas del
conservadurismo liberal. De esta manera se da la paradoja de que
únicamente se escucha un cuestionamiento a las falacias del sistema
democrático desde las voces (no menos falaces) de la extrema izquierda,
cuando han sido autores católicos quienes han pronunciado alguna de las
más brillantes requisitorias contra este sistema tan falso en sus
presupuestos teóricos como a la hora de llevar a la práctica lo que
ofrece. Al tiempo que se llama “derecha” a un liberalismo neocapitalista
y al materialismo de la afirmación de lo económico como valor supremo,
se arrastra a la juventud hacia una “izquierda” que saca las últimas
consecuencias de aquellos principios y se lanza contra un cristianismo
que desconoce pero que encuentra enfeudado en realidades que detesta.
En
esta situación, vivimos tiempos para una espiritualidad de “Viernes
Santo”, que se aferra a lo que tiene mientras que aún lo conserva (“
itaque fratres state et tenete traditiones quas didicistis sive per sermonem sive per epistulam nostram” – “
Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta”, 2 Tes 2, 15). Pero nuestra esperanza no se funda en nostalgias ni en imaginadas restauraciones perpetuamente aplazadas
, sino en una intervención metahistórica de la que tenemos certeza por la fe y que la caridad nos lleva a desear ardientemente.
La
Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino después de seguir a su
Señor, en la muerte y en la Resurrección. El Reino no se realizará, por
tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un
proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último
desencadenamiento del mal que hará descender desde el cielo a su Esposa.
El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio
Final después de la última sacudida cósmica de este mundo. Formidable
descripción ésta que se encuentra en el
Catecismo de la Iglesia Católica
(cfr. 675-677) y a la que muchos ponen sordina porque está en trágica
contradicción con el progresismo ingenuo y ramplón que aflora en otros
lugares del mismo texto redactados tras la estela señalada por el último
Concilio.
Nos recuerda San Luis María Grignion de Monfort que
Jesucristo vino al mundo por medio de la Santísima Virgen y por medio de
Ella debe también reinar en el mundo.
La salvación
del mundo comenzó por medio de María y por medio de Ella debe
consumarse. María casi no se manifestó en la primera venida de
Jesucristo […] Pero, en la segunda venida de Jesucristo, María tiene que
ser conocida y puesta de manifiesto por el Espíritu Santo, a fin de que
por Ella Jesucristo sea conocido, amado y servido. […] Porque María
debe ser terrible al diablo y a sus secuaces como un ejército en orden
de batalla sobre todo en estos últimos tiempos porque el diablo sabiendo
que le queda poco tiempo, y menos que nunca, para perder a las gentes,
redoblará cada día sus esfuerzos y ataques. De hecho, suscitará en breve
crueles persecuciones y tenderá terribles emboscadas a los fieles
servidores y verdaderos hijos de María, a quienes le cuesta vencer mucho
más que a los demás (TVD I, 3).
A la Virgen, desde
esta tierra mariana por excelencia, imploramos para que acorte el tiempo
de la prueba, el tiempo de la pasión de la Iglesia y de la pasión de
España.
¡Venga a nosotros tu Reino! ¡Venga en nuestros días! ¡Venga por María!
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