«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

lunes, 2 de febrero de 2015

MANUEL PARRA CELAYA: Milicia

 
No teman los lectores que esta semana abunde en ese ventilador de porquería en que se ha convertido la crónica política; me ha convencido de no caer en esa tentación un ciudadano anónimo, que se detuvo a mi lado en un kiosco cuando ambos leíamos los titulares: “¡Todos hablan de ladrones!”, exclamó (en catalán), y nos convertimos por unos fugaces instantes en contertulios y, casi, almas gemelas. En efecto, toda la prensa del día destacaba en sus portadas algún lío judicial de políticos (Bárcenas, Pujol, Monedero…, ya saben), cada periódico según sus preferencias ideológicas.

Al comprar mi ejemplar, observo que el jefe de redacción había relegado al interior, a una página par, para más inri, lo referente a la muerte del cabo Francisco Javier Soria Toledo en tierras del Líbano. Curioso contraste.

Esta noticia, un par de días atrás, me conmovió especialmente. Quizás porque uno de mis hijos se está preparando concienzudamente para superar las pruebas de ingreso en el Ejército, llevado por una sincera vocación de soldado, no de funcionario. Quizás porque, en el momento de conocer la muerte del cabo Soria, un servidor estaba reunido con algunos buenos compañeros de la Asociación Española de Soldados Veteranos de Montaña, en un sano ambiente de compañerismo. Quizás porque, ante ese tipo de noticias, uno valora más una cierta ética de la milicia y la contrapone –de forma involuntaria- a la falta de ética que sobrevuela nuestra sociedad de pícaros, en general, y el mundo de la política, en particular.

Nada más lejos de mis buenos deseos en lo colectivo una especie de trasplante de los cánones cuarteleros a la vida social; de acuerdo con la expresión del maestro Ortega, creo que esta debe “civilizarse”, esto es, dotarse una serie de valores de la auténtica civilidad de los que parece carecer y que son los que pueden otorgarle categoría a lo ciudadano. 

Y estos valores –que nadie se asuste- son los que están representados, como quintaesencia, en la milicia: servicio, abnegación, sentido del deber, honor, camaradería, solidaridad, patriotismo, disciplina, valor, honradez… Es decir, lo que se podría resumir en los archiconocidos versos de Calderón que finalizan definiendo la milicia como “religión de hombres honrados”.

Larga tradición tenemos en España de estos valores, y, también, por qué no decirlo, de sus opuestos, los de la picaresca; si los de esta nos pueden arrancar una sonrisa en su manifestación literaria, aquellos pueden servirnos de acicate y de emulación para eso que se llama regeneración de la democracia.

Porque nunca han sido incompatibles la libertad y la autoridad; la libertad de expresión y el respeto al honor; la solidaridad y el compañerismo con la individualidad; la conciencia social y la permanencia de unos principios en el frontispicio del entramado colectivo; los derechos y los deberes… Incluso, en su adaptación a lo divino, quedó escrito por la pluma de Ignacio de Loyola aquello de “contra malicia, milicia”.

No entro en el debate si la muerte de nuestro cabo Soria fue responsabilidad “de los hunos o de los otros”; me interesa resaltar que este nuevo caído de nuestro Ejército estaba en el puesto de vigilancia que le había sido asignado, cumpliendo, en suma, con su obligación de soldado; como tantos y tantos dentro y fuera de nuestras fronteras, suponiendo que esta sigan existiendo en la guerra moderna. 

También me interesa recordar, por encima de todo que “la muerte no es el final”, como cantaban los compañeros del cabo Soria. 


Manuel Parra Celaya