«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

lunes, 9 de febrero de 2015

MANUEL PARRA CELAYA: Que trata de libros

Empiezo por reconocer que no tengo ni idea de cómo funciona el marcado editorial, porque nunca me ha definido como escritor profesional y mis tres libros publicados hasta la fecha lo han sido por la benevolencia de círculos cercanos a mis planteamientos ideológicos y vitales, por lo que es fácil deducir que no se encuentran entre los best seller del gran público.


La cuestión es que sí que me ha tocado el honor de presentar libros de otros ante auditorios amigos; afirmo rotundamente que nunca se ha tratado de compromisos, sino llevado por el convencimiento de que el producto que estaba glosando merecía la pena; con ello quiero decir que mis palabras como orador habían sido precedidas de una concienzuda lectura, de esas que se efectúan con acompañamiento de un lápiz en ristre, que ilustra desconsideradamente los márgenes y espacios en blanco con anotaciones, preguntas al aire, comentarios, acuerdos y discrepancias, técnica que, al parecer, merece la desaprobación de los bibliófilos.

Sin haber sido nunca lector de un solo libro, reconozco mi debilidad por aquellos trabajos que se atreven a desafiar la censura de lo políticamente correcto, obras valientes y bien escritas de denuncia, de crítica fundada y, especialmente, de propuestas de valores éticos, religiosos o políticos que no suelen coincidir con los parámetros de lo establecido. Por supuesto, no incluyo entre mis preferencias disquisiciones paranoicas y conspiracionistas, de cuya intencionalidad real siempre he dudado, al modo del famoso montaje que negaba la llegada del hombre a la Luna…

Con todo lo dicho, es fácil deducir que, cuando un autor recurre a mí para la presentación en sociedad de sus esfuerzos intelectuales o imaginativos, no espera que, al día siguiente, se hagan eco los medios de difusión habituales; dicho de otro modo, nadie puede esperar que las palabras de un servidor sirvan para aumentar las ventas, máxime si tenemos en cuenta que no han recibido el nihil obstat del Sistema. A veces, al contrario, por lo que me queda siempre la duda de ser gafe.

De todas las maneras, también me causa extrañeza el caso de libros que, me consta, se están vendiendo como churros y son celebrados por muchos y que no han merecido, no digo un puesto de honor en los hits parades de ventas, sino una simple mención, aunque sea adversaria a las tesis del autor; este hecho me corrobora que sigue existiendo una censura mucho más severa y atroz que aquella que tachaba la palabra “puñeta” y cortaba, implacable, las escenas eróticas.

Eso me aconteció con el último libro que presenté, El último catalán, de mi amigo Javier Barraycoa, distopía cómica acerca de una supuesta Cataluña independiente; me constaba y me consta su éxito, pero jamás lo he visto citado en letras de molde en publicación alguna. Que haya ocurrido en estos lares no resulta extraño para quien conozca la férrea inquisición nacionalista, pero que también suceda en Madrid me da mucho que pensar…

Esta semana me toca presentar en Barcelona una obra que, por el contrario, ha sido precedida de comentarios en algunos rotativos: me refiero a Con la piel de cordero, del valenciano Josele Sánchez, novela histórica –por cierto, muy bien estructurada y mejor escrita- que saca a la palestra bastantes curiosidades relacionadas con la figura de aquel que fue calificado como uno de los fautores de la democracia en España, Santiago Carrillo; pero el interés del libro no solo se circunscribe al personaje, sino que, al leerlo, uno comprueba que las versiones oficiales de la Transición no coinciden en absoluto con lo que verdaderamente ocurrió entre bastidores; además, el libro en cuestión me ha subyugado porque propone como modelo de periodistas y escritores a dos figuras que, en un artículo ya lejano, me atreví a emparentar por su estilo bronco y cuidado y por su sentido dolorido de la españolidad: Rafael García Serrano y Arturo Pérez-Reverte.

Espero de todo corazón no ser gafe en esta ocasión, sobre todo porque me consta que las presentaciones en Sevilla y en Madrid constituyeron un éxito y las ventas de Con la piel de cordero se dispararon en dichas localidades.

Manuel Parra Celaya